La renuncia presidencial puso un tema inesperado en agenda: el racismo. A través de sus dotes indiscutibles de producción audiovisual, un Mamani había puesto en jaque a Giuffras, Kuczynskis, Araoz y Bruces. Una reivindicación étnica en lo más alto del poder. Ya debe haber más de un estudiante de ciencias sociales que está preparando su tesis sobre “los prejuicios étnico-raciales en las interacciones políticas en el Perú-un estudio de caso”.
Casualmente, el Ministerio de Cultura ha presentado hace unos días la I Encuesta Nacional sobre Diversidad Cultural y Discriminación Étnico-Racial, realizada por Ipsos Perú. Así como lee, la primera. Antes de esto, el Estado no contaba con información a nivel país sobre el fenómeno de la discriminación y sus alcances. Y, sin embargo, ya tenía la tarea de desaparecerla. Este estudio brinda importante información para que el Ministerio focalice sus esfuerzos y aporta indicadores que, de ahora en adelante, podrán ser monitoreados y evaluados.
Un Perú sin racismo parece casi un oxímoron en estos tiempos del Negro Mama y la Paisana Jacinta. ¿Qué hacer para cambiar esta realidad? Los resultados de la encuesta demuestran que es un camino largo y empinado. Existen causas estructurales en la discriminación que son muy difíciles de modificar en el mediano plazo y no hay una reflexión social en torno al problema que permita que los ciudadanos sean aliados en esta lucha.
En primer lugar, somos un país diverso y desigual. Según la encuesta, el 53% de peruanos son mestizos, el 25% quechuas, el 9% afroperuanos, el 6% blancos, el 4% aimaras y el 1% nativos o indígenas de la Amazonía. Es decir, 4 de cada 10 peruanos pertenecen a un pueblo indígena o afroperuano. Sin embargo, la riqueza dista mucho de estar distribuida de manera homogénea entre estos grupos. La proporción de quechuas, aimaras, afroperuanos o indígenas amazónicos que se encuentran en el nivel socioeconómico A, el más alto, es 0%. En mestizos, apenas 2%. Mientras que en blancos –oh, sorpresa– es 14%.
El 31% de los peruanos ha sufrido algún tipo de discriminación en el 2017. Para ellos, el principal motivo por el que han sido discriminados es su nivel de ingresos. La población que más discriminación sufrió fue la quechua y aimara: 37%. Y, consecuentemente, los departamentos con mayor incidencia de estos casos fueron los del sur: Tacna, Arequipa y Puno.
Otro hallazgo interesante de la encuesta es que los peruanos vivimos en un proceso de negación colectiva: muy pocos se consideran racistas pero la mayoría está de acuerdo en que los demás sí lo son. En una escala del 1 al 5, en que 1 era nada racista y 5 muy racista, se le pidió a los encuestados que evalúen qué tan racistas eran ellos mismos, sus amigos y familiares, las personas de su comunidad o localidad, y los peruanos en general. Solo 8% se ubicó en los dos puntos más altos de la escala, pero algo más del doble, 17%, opinó lo mismo de sus amigos, 31% de su comunidad y 53% de los peruanos en general.
Mientras no se reconozcan las actitudes discriminadoras en uno mismo y se recurra al facilismo de echarle la culpa a los demás, va a ser difícil generar un cambio social. De ello se dieron cuenta, por ejemplo, las activistas contra la violencia de género. Si se quería luchar contra ese problema, era necesario primero generar conciencia. Por ello, las campañas se enfocan en concientizar a mujeres y hombres sobre qué tipo de acciones y actitudes componen la violencia de género, para que ambos puedan enfrentarse a ella.
Van casi 200 años de independencia y seguimos celebrando cuando un Mamani vence a un Giuffra, porque sigue siendo algo excepcional. Desafortunadamente en este país la lengua, la región, la identidad y las costumbres impactan en la valoración social de la persona. Es por ello que es importante la labor del Ministerio en la promoción de la valoración de la diversidad cultural y la lucha contra la discriminación étnico racial, pero es una labor de tal magnitud que requiere un esfuerzo integrado de la sociedad civil y el Estado.