La prensa sensacionalista y el análisis político atrevido alucinan (¿anhelan?) divisiones en nuestros alicaídos partidos. Si nos fiamos de las portadas de los tabloides, el fujimorismo estaría a punto de una ruptura irreconciliable, el PPC en medio de una guerra civil y el aprismo partido en dos en torno al tema de la unión civil. ¿Se trata entonces de una crisis anticipada de partidos que antes de consolidarse y/o institucionalizarse ya se desmoronan? ¿O es una lectura apresurada sobre el funcionamiento real de estas organizaciones?
Es normal que al interior de organizaciones políticas existan facciones y que las discrepancias programáticas sean frecuentes. Si estas no existen, se debe al alto nivel de personalismo. Solo cuando estas preferencias discordantes toman forma orgánica (con liderazgos, maquinaria y recursos propios) estamos ante una escisión. En ninguno de los tres casos mencionados existe tal amenaza.
Para algunos, el fujimorismo se encuentra roto entre dos corrientes: los ‘albertistas’ y los ‘keikistas’. El reciente protagonismo del abogado de Alberto Fujimori (con la intención de inscribir una organización fujimorista distinta a Fuerza Popular-FP) y la renovación de la dirigencia nacional de FP (donde resalta la salida de Jaime Yoshiyama) son presentados como muestra de la ruptura. Pero esta evidencia es superficial. No cabe duda de que el único aparato nacional del fujimorismo es FP, emblema bajo el cual participarán en elecciones subnacionales. Las tensiones internas: el fujimorismo duro (en declive) y el ‘aggiornado’ (que busca relativizar posiciones autoritarias del pasado) están cohesionados bajo un liderazgo que promete repetir una segunda vuelta presidencial.
En el caso del PPC, el proceso de selección interna de candidato municipal para Lima ha resaltado las diferencias entre “institucionalistas” y “reformistas”. Esta disputa tiene años y se puede distinguir por sus estilos. El primero, dirigido por Raúl Castro, se apoya en el control de la maquinaria (vigente en Lima). El segundo, bajo la influencia de Lourdes Flores, se sostiene en la imagen de renovación que proyecta este grupo. Estas posiciones no son irreconciliables. Por el contrario, la precandidatura de Alberto Valenzuela muestra un acercamiento entre ambas, aunque no se descartan resentimientos desde los extremos más radicales.
El Apra es más complejo, porque permite la convivencia de varios grupos al interior. Sin embargo, la ultima polémica alrededor de temas liberales (unión civil, legalización de la marihuana) parece representar una demanda de cambio generacional, tanto en agenda como en protagonismo público. Este tipo de presiones genera reacciones que son procesadas públicamente, pero sin implicaciones ideológicas de fondo.
En todos los casos, el control de los recursos de los partidos (marcas partidarias y maquinaria política) es motivo de disputas tanto como elemento cohesionador. El fujimorismo tiene marca (estigmatizada para algunos) y está en proceso de construcción de maquinaria. El PPC tiene marca (prestigiosa para muchos)mas carece de figuras que “vendan” el producto. El Apra está desacreditado (para una gran mayoría) pero tiene buenos “vendedores”. Mientras estos recursos sean útiles, las tensiones internas fortalecerán a los partidos antes que implosionarlos.