Recibí en el Twitter un mensaje que resulta muy apropiado para resumir lo que pasa en la política nacional: @FILOSOFIA Los errores tienen tres partes: aceptarlos, superarlos y NO volver a cometerlos.
Sin ánimo de incendiar nuevamente la pradera, veo con estupor cómo 22 años después del autogolpe de Fujimori, todavía muchos líderes de opinión siguen justificando la decisión ejecutada aquel infausto 5 de abril de 1992 por un gobierno débil y una cúpula militar corrupta. Sin embargo, más allá del mito y la propaganda que rodean hasta ahora la abrupta interrupción de la democracia está claro que, si bien el Perú atravesaba por un momento explosivo debido al embate del terrorismo vesánico, no es cierto que el Parlamento de entonces fuera obstruccionista. El análisis sereno de los documentos de época demuestra que, pese a todo, nunca se censuró un Gabinete fujimorista y, más bien, estaba aprobándose la legislación que se requería para enfrentar a Sendero y el MRTA.
El Ejecutivo, sin embargo, a consecuencia de la cooptación montesinista, necesitaba crear un servicio de inteligencia todopoderoso desde el cual gobernar autoritariamente siguiendo el Plan Verde. No aceptar los hechos es, entonces, perseverar en el error de creer en las soluciones de una “mano fuerte” antidemocrática que, como dicen los cínicos, “hace, aunque robe”.
Luego, según he escuchado del politólogo Luis Nunes, hoy en nuestro país aproximadamente hay 18 partidos políticos, 11 en espera de inscripción y operan unos 111 movimientos regionales. Casi todos, agrego, son o protopartidos o simples clubes electorales. Eso, sumado al desprestigio creciente de las instituciones gubernamentales y administrativas (Congreso, Poder Judicial y Presidencia de la República) demuestra que el sistema político peruano es en extremo débil, inorgánico e incapaz de enraizarse en la voluntad popular. Además, solazarse con los éxitos cada vez más relativos de un sistema económico todavía incapaz de ofrecernos un auténtico modelo de desarrollo superior al esquema exportador de materias primas revela que nos miramos el ombligo para no entender que es imposible separar la política de la economía.
Entre tanto, la espiral autodestructiva de nuestros politicastros, que incluye desde los escándalos cotidianos hasta la incursión en el crimen organizado como forma de gobernar (caso de Áncash), pasando por la búsqueda permanente de la ilusión de un ‘outsider’ mesiánico, subraya cómo estamos dispuestos a volver a cometer los mismos errores.
El Perú se está convirtiendo en una narcorrepública desde el momento en que un 32% de su PBI es financiado por los cárteles del narcotráfico. Mientras tanto, crece una clase media bastante modesta a la que no le indigna ni siquiera que los terroristas empiecen a ser liberados y que el gobierno de turno a cada momento muestre afanes autoritarios. Y, claro, allí están los socialconfusos de siempre, que propician desde eventuales restricciones a la libertad de prensa hasta el asesinato de la autonomía universitaria en aras de ideales retrógrados.
Así, salvo los rostros nuevos, la indiferencia y la autocomplacencia no nos separan mucho de lo ocurrido hace dos décadas. Peor todavía, por momentos parecería que estamos exactamente en los días previos a un segundo 5 de abril.