El papa Francisco está dando grandes sorpresas y está, sin duda, renovando una larga tradición del pontificado. Una de las primeras sorpresas la dio al efectuar su primer viaje, el cual no tuvo como destino Argentina, su patria, sino Brasil, el país con más católicos en el mundo, lo que demuestra su gran tino. De haber hecho lo contrario, habría generado una mala impresión entre los fieles, pues hubiera demostrado favoritismo hacia su país.
Como se sabe, Francisco es el primer Papa no europeo y, por eso, cuando fue elegido, el mundo católico quedó sorprendido. Es el primer latinoamericano y el primer miembro de la Compañía de Jesús en dirigir la Iglesia Católica.
Hace algunos días, Francisco declaró en la Academia Pontificia de las Ciencias que está de acuerdo con la ciencia moderna, porque los resultados a que ha llegado, en diversos temas, son completamente aceptables, al no afectar para nada la doctrina de la Iglesia.
La Iglesia, antaño, no fue tolerante con la ciencia y castigó a quienes proponían su avance. Por eso, cuando Galileo Galilei, un científico genial, compareció ante el Santo Oficio de la Inquisición para defender el modelo heliocéntrico propuesto por Nicolás Copérnico (que contradecía el geocentrismo, basado en la física aristotélica y el modelo ptolemaico que encajaba con las Sagradas Escrituras), lo obligaron a retractarse. Galileo cumplió con la orden porque quería evitar las represalias que hubieran ordenado contra él. Mas hay una leyenda según la cual cuando había pasado el peligro pronunció con voz queda: “E pur si muove” (“Y sin embargo se mueve”) y permaneció, en su fuero íntimo, fiel a su teoría hasta su muerte.
En efecto, durante siglos la Iglesia se opuso a todo lo que pudiese contradecir a las Sagradas Escrituras, que comienzan con estas palabras: “En el principio, Dios creó el cielo y la tierra” (Génesis 1,1). El Papa menciona: “Cuando leemos sobre la creación en el Génesis, corremos el riesgo de imaginarnos a Dios como un mago, con una varita mágica que le permite hacer todo. Pero no es así”.
Asimismo, indicó que la Iglesia acepta la teoría de la evolución. También señaló que aprueba la teoría del big bang, que suministra una base para entender los primeros estadios del universo y su evolución, reconociendo que este se creó por una gran explosión, cuando las altas temperaturas y la densidad del universo fusionaron partículas subatómicas en los elementos químicos. En los últimos años se ha comprobado que el universo es un espacio sometido a violenta actividad, en que galaxias enteras continúan explotando por fuerzas gravitatorias inimaginables.
El Pontífice reiteró: “Dios no es un demiurgo ni un mago, sino el Creador [...]. Él creó a los seres y les dejó que se desarrollaran según las leyes internas que les dio a cada uno, para que evolucionaran, para que llegaran a su plenitud”.
Finalmente, Francisco afirmó que la responsabilidad “del científico cristiano es preguntarse sobre el porvenir de la humanidad y del mundo” para colaborar a “preparar, preservar y eliminar los riesgos que puedan existir, tanto naturales como por acción del ser humano”.
Otros Papas de pensamiento progresista, como Juan XXIII y Juan Pablo II, no se refirieron a la ciencia. El único que lo ha hecho es Francisco, que tiene el mérito extraordinario de haber iniciado una etapa en la Iglesia. Y aunque en los últimos siglos hubo una evolución de la conciencia eclesial produciendo una reconciliación con el mundo moderno, Francisco ha iniciado un período en la historia de la Iglesia con una serie de cambios y enfoques acordes con los tiempos en los cuales vivimos.