Lo peor que le puede pasar a un gobierno que quiere recuperar confianza y levantar las expectativas de crecimiento del país, es precipitarse en una crisis de gobernabilidad. Pero lo que es ya incomprensible y asombroso, es que haga todo lo posible por producirla.
Podemos pensar que la salida de Cornejo fue un accidente imprevisto, en el que no sabemos, sin embargo, qué responsabilidad tendrá el mismo Cornejo. Y que el nombramiento de Ana Jara es una buena decisión en la medida en que es congresista, inteligente y posee alguna empatía con otras bancadas, aunque no sepamos cuánta capacidad tenga para manejar los grandes acuerdos que el país necesita a fin de recuperar altas tasas de crecimiento.
Pero lo que no se entiende por ningún lado es el empecinamiento en imponer a Ana María Solórzano si es que se sabía que iba a producir lo que produjo: el rechazo de las bancadas afines y, peor aun, la propia escisión de la bancada gobiernista, con el resultado inevitable de perder la mayoría en el Congreso y probablemente la propia Mesa Directiva.
Si se lo hubieran propuesto, no les habría salido mejor. El “centralismo democrático” aludido por el presidente como explicación del ‘modus decidendi’ del partido de gobierno, es un concepto de guerra leninista aplicado por los partidos comunistas en trance de tomar el poder, necesitados por eso de concentrar las decisiones en una o pocas personas. Pero estamos en democracia, y se requiere tener capacidad para escuchar, negociar y buscar transacciones.
Nadine Heredia nos ayudó a salir de la Gran Transformación, pero ahora podría estar precipitándonos en el gran desgobierno si es que la mayoría opositora decidiera rechazar las iniciativas del gobierno, obstruirlo y acosarlo. Esa sería la natural gravedad de las cosas, considerando los instintos de grupo a menos de dos años de las elecciones generales. También cabe la posibilidad, por supuesto, de que las bancadas sean capaces de sublimar la hubris de poder, elevarse por encima de las disputas y concordar no solo más medidas de destrabamiento, sino reformas profundas como la laboral, que permitan a las empresas de todo tamaño contratar personal sin amarras ni temores y, por esa vía, reconocer derechos a las mayorías para terminar subiendo cada vez más los salarios.
Finalmente, a los partidos que aspiran a gobernar a partir del 2016 les conviene que esa reforma, políticamente compleja, se haga ahora para cosechar plenamente sus beneficios en dos años. Lo que no les saldría a cuenta, más bien, es producir una situación de impasse y parálisis de la que serán inevitablemente vistos como responsables al tener el control del Congreso. El negocio de la Presidencia del Congreso no es, pues, tan claro, más allá de la afirmación efímera de poder, salvo que se muestre una actitud decidida de colaboración inteligente para sacar al país adelante.
Al fin y al cabo, un sistema político altamente fragmentado, volátil y accidentado como el nuestro, solo funciona si los políticos se atienen a grandes ideas claras, de modo que cambien los pilotos pero el norte se mantenga.