“Tenemos que lidiar con el mundo tal cual es, no como desearíamos que fuera”, dijo esta semana el ex Secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates. Sus palabras reflejan el pragmatismo propio de un funcionario de su especialidad y trayectoria —Gates fue antes director de la CIA— y también cierto grado de resignación.
Uno pensaría que quien fue sucesor de Donald Rumsfeld se estaría refiriendo al complejo entorno geopolítico actual y a las amenazas que considera que se ciernen sobre su país. Pero no. En realidad hablaba de la necesidad de acabar con la prohibición que impide a homosexuales ocupar puestos de liderazgo al interior de los Boy Scouts de Estados Unidos, organización que actualmente preside.
Se deduce de sus palabras que él no se molestaría en levantar dicha prohibición si el mundo se ajustara efectivamente a sus propios deseos —un mundo sin gays empoderados, muy seguramente; y habitado por scouts parecidos entre sí antes que diversos—. Pero el pragmatismo de Gates le hace ver que su realidad ya no resiste como antes este tipo de discriminación, por lo que recomienda dar plenos derechos a sus integrantes homosexuales, antes de que sean los jueces quienes se lo exijan.
Lo propuesto por Gates palidece, sin embargo ante lo que viene sucediendo en Irlanda. Reconocido tradicionalmente como un país profundamente católico, en el que la homosexualidad fue considerada delito hasta 1993 y en el que el divorcio recién fue permitido en 1997, Irlanda podría convertirse en el primer país del mundo que aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo, no por ley, sino por voto popular. (Aunque se desconocían los resultados del referéndum al momento de escribir esta columna, las encuestas anticipaban la victoria del Sí con alrededor del 60% de los votos.)
Hace apenas unos años, nadie habría apostado a que estos cambios de mentalidad podrían producirse. Y aquí están. Y valores que decíamos defender están siendo reinterpretados para darles mayor alcance y nuevo brillo.
De manera que se demuestra que la solidez aparentemente inmutable del “mundo tal cual es”, en verdad nunca es tal. Y se evidencia que contra el pragmatismo que prefiere no cuestionar lo que las mayorías no discuten, cabe esgrimir principios que desnuden las injusticias que lo establecido pasa por alto.
Aunque el mundo viene cambiando ante nuestros ojos, nuestro país mantiene todavía una mayoría opuesta a estos avances. Nuestro “mundo tal cual es” sigue siendo uno que cada vez más países han dejado atrás.
Ahora que se acercan las elecciones, habrá que ver cómo afrontan el tema los candidatos a la presidencia. ¿Seguirán todos el pragmatismo criollo que evita contradecir a las mayorías o habrá quien le apueste a poner un pie firme en el futuro en el que más temprano que tarde viviremos?