Hizo bien el presidente Martín Vizcarra en declarar la cuarentena, el estado de emergencia y el aislamiento social, y luego en dictar medidas para ayudar a las personas de menores ingresos. Pero se ha equivocado después en otras cosas como la expedición de pases de circulación y toque de queda. Hay medidas que perjudican el objetivo de impedir la propagación del coronavirus más de lo que ayudan a contenerlo.
Como señalé en un tuit el sábado pasado, “es mejor tomar medidas drásticas hoy mismo para identificar y aislar focos infecciosos que esperar”. Acertó el Gobierno al decretar el estado de emergencia y la cuarentena el domingo 15.
Esas son medidas necesarias e inevitables para contener la propagación del virus. Y son conocidas desde hace más de un siglo, cuando se aplicaron para frenar la expansión de la mal llamada gripe española (en realidad nació en 1918 en Francia al final de la Primera Guerra Mundial), que mató a entre 50 y 100 millones de personas: suspensión de clases escolares, prohibición de aglomeraciones, cuarentena (Juan Ramón Rallo, “El Confidencial”, España, 11/3/20).
También es necesaria la subvención a las familias de menores ingresos, aunque la entrega del efectivo será complicada.
Sin embargo, hay medidas que en mi opinión son equivocadas. Por ejemplo –como lo señalé en las redes sociales–, la que anunció el ministro de Defensa el lunes para expedir pases de circulación. Solo basta reflexionar un minuto para darse cuenta de que eso es imposible en el Perú. No hay manera de comprobar rápidamente si los que reclaman un pase lo necesitan realmente. Si el pase es físico, habría aglomeraciones inmensas. Si es virtual –como lo hizo el Ministerio del Interior el martes 17– tampoco es posible comprobar nada y no todos tendrían acceso a él. Al final, los miles de pases que se emitieron –nadie sabe cuántos– no sirvieron para nada, porque el miércoles el presidente Martín Vizcarra anunció que ningún vehículo privado podría circular. Un ejemplo de decisiones que no sirven sino para crear confusión y desorden.
Otra, me parece, es el toque de queda, instaurado según el Gobierno porque algunos jóvenes salen de fiesta en la noche. Absurdo. En la noche el despliegue de las fuerzas del orden puede controlar más fácilmente la circulación y detener a los irresponsables. Los costos son mayores que los beneficios: miles de mercados, supermercados, bodegas, etc. han tenido que reducir drásticamente su horario de atención, con mayor concentración de personas. La cadena de abastecimientos se ha enlentecido. La circulación de personal de salud y otros se ha dificultado. De hecho, el miércoles 18 que Vizcarra hizo el anuncio las tiendas se abarrotaron y se convirtieron en un foco de propagación del virus.
Las cifras de infectados del Gobierno no son representativas, porque solo se hacen las pruebas a los que presentan síntomas –y tardíamente, como lo expone el caso de Eduardo Ruiz que murió en su casa antes siquiera que le entregaran el resultado y sin que fuera hospitalizado–. Como muestra la experiencia de Corea del Sur, las pruebas deben hacerse masivamente para ser eficaces.
Otro aspecto característico de la actual crisis es la explosión de sobonería al presidente y al Gobierno –alguna rentada y otra espontánea–, que ha estallado en medios y redes.
Resulta ahora que un Gobierno reconocido como incompetente hasta por sus propios partidarios hace todo lo correcto y toma siempre las decisiones adecuadas. Una transformación milagrosa, similar a la esperada por los creyentes europeos en el siglo XIV, cuando la peste negra asoló el mundo.
En realidad el costo de aceptar a ciegas todo lo que dispone el Gobierno es alto, porque los errores se pagan y, como siempre, los que suelen hacerlo son los ciudadanos y no los gobernantes. Pero ya sea por interés o por el antiguo espíritu servil que Simón Bolívar atribuyó a los habitantes de estos lares, la tendencia casi unánime es a aprobar y aplaudir.
Enternecedor es el caso de una señora que publicó un tuit donde pide disculpas por darle ‘like’ a un tuit mío, y afirma que jamás criticaría al Gobierno, que en realidad el desatino lo cometió su hija que tomó su celular en un descuido. Ella se identifica en su cuenta como directora general de un ministerio. Por supuesto, yo la felicité por su decisión. Está corriendo el riesgo de perder su bien remunerado empleo y en estos tiempos agitados difícilmente conseguiría en la actividad privada un puesto similar. Chamba es chamba, y para la inmensa mayoría no vale la pena arriesgarla por expresar opiniones disidentes.