La solidaridad es como una diosa de tiempos antiguos. Visita a veces nuestro reino, aunque hay que decir que su presencia entre nosotros no es especialmente llamativa. Porque no es una fanática de los mortales y porque, valgan verdades, tampoco la hemos abrumado con motivos para serlo. Por eso, aunque extiende secretamente su generosa mano por aquí y por allá, no suele hacer grandes apariciones públicas de manera espontánea. Y para conseguir que responda a uno de nuestros “llamados a la solidaridad” no basta con un simple ruego. La más de las veces, hace falta, con la complicidad de otros dioses, un verdadero cataclismo, un tsunami o la combinación de ambos.
O una Teletón.
Porque puede que ya no las hagamos como antes, pero, con sus altas y bajas, las tele-maratones convocadas para recaudar fondos destinados al cuidado y la rehabilitación de los niños con discapacidad, han conseguido lo que muchas otras iniciativas, también dignas de ayuda, nunca han logrado: hacer que la diosa active inusualmente su influencia y nos movilice a escala social. Este año no ha sido la excepción.
Pero no todo es felicidad. Porque la solidaridad podrá tener pasaporte divino, pero igual se ha encontrado con que expertos del Comité de los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU acaban de notificarle, a propósito de una visita a México, que eventos como la Teletón “promueven un estereotipo de las personas con discapacidad como sujetos de caridad”, lo que ha dejado a la diosa algo mortificada y desconcertados a muchos de nosotros.
¿Resulta entonces que está mal la Teletón? ¿Y cuál es el problema con la caridad? ¿No era acaso una virtud, la puesta en práctica del no tan nuevo mandamiento que nos invita a amar al prójimo como a uno mismo? Pues precisamente por ahí va la cosa. Porque si de amar al vecino como a uno mismo se trata, la esencia de la idea pasa por colocarse en el lugar del otro, por tratar de mirar las cosas desde su perspectiva. Y desde el ángulo en el que habitualmente arrinconamos a las personas con discapacidad, puede ser un gran alivio recibir ayuda, pero resulta mucho más valioso y necesario ser considerados como personas que no dependen de la buena voluntad de los demás, sino que tienen derechos que la colectividad reconoce y respeta, como el de poder desarrollarse e integrarse sin obstáculos a la vida social.
Igual, espero que podamos seguir colaborando con la Teletón. Solo que, al lado de nuestras donaciones, me alegraría que se multipliquen también los testimonios de personas con discapacidad hablándonos del notorio incremento de sus oportunidades de trabajo, así como de mayores facilidades para su educación, para su adecuado uso del transporte público y para su cómodo tránsito por establecimientos públicos y privados. La diosa solidaridad se sentiría mejor servida.