Establecido ya que el acoso sexual en el transporte público se comete a diario, se discute ahora si debemos implementar alternativas de movilidad exclusivas para mujeres, como existe en otros países.
Un reciente estudio del Instituto de Opinión Pública de la PUCP ha dado a conocer la gravedad del problema.
El reporte “La violencia invisible” (2013), de Elizabeth Vallejo y Paula Rivarola, señala que seis de cada 10 mujeres en Lima Metropolitana y el Callao afirmaron haber sufrido algún tipo de acoso sexual en espacios públicos, como la calle o unidades de transporte: Metropolitano, micros o combis.
La cifra se dispara hasta un rango del 80% al 100% en mujeres menores de 30 años.
Vallejo y Rivarola definen acoso como un conjunto de prácticas que percibimos a diario, que van desde silbidos, frases o sonidos groseros, hasta frotación, tocamientos, masturbación o exhibicionismo en público. Para el caso de frotamientos o roces en transporte, reportan que 1 de cada 5 mujeres los han sufrido durante los 6 meses anteriores al estudio.
Con esa evidencia, es claro que las desafortunadas declaraciones de Ítalo Fernández, gerente general de Pro Transporte –responsable del funcionamiento del Metropolitano–, argumentando que lo que le sucedió a la actriz Magaly Solier el pasado viernes fue un “incidente aislado”, no solo carece de sustento. Revela sobre todo ignorancia de un problema que debería ser de su total dominio y que claramente no está en su radar de preocupaciones urgentes.
La agresión a Solier no es un hecho aislado, como tampoco lo es la forma de entender y encarar el asunto por parte de Fernández. Para los hombres en el Perú en general las insinuaciones, silbidos o gestos obscenos, a veces etiquetados como “piropos”, merecen tan poca sanción social que se ejercen en frente de todos y hasta con exitosa actitud de logro o mérito.
El acoso sexual en espacios públicos no es un lastre exclusivo de peruanos, sino que se ha hecho evidente en todo el mundo. Se está combatiendo enérgicamente, no solo con campañas cívicas, también con medidas concretas como la imposición de penas drásticas a los culpables (incluyendo cárcel efectiva) y la creación de sistemas paralelos de transporte exclusivo para mujeres.
México D.F., Santiago y Río de Janeiro, así como Bogotá desde este año, ya han establecido vagones y buses exclusivos para uso femenino, dada la gravedad de las agresiones. La misma medida se tomó en Tokio, Osaka y Nagoya, en Japón, ante la ingrata experiencia de hombres que decían ser “incapaces de controlarse” al estar muy cerca de mujeres.
Las distintas comunas en el mundo están respondiendo a una generalidad masculina indignante: la que afirma que son ellas las que los “incitan” con su vestimenta.
Con el acoso no cabe tolerancia o actitudes a medias. En Lima el mensaje debe ser claro y las sanciones efectivas y ejemplares antes de llegar a la segregación por géneros en los buses. Estamos a tiempo de actuar antes de caer en un total fracaso como colectividad civilizada.