El surgimiento del Perú no estará completo mientras no resurja también su fútbol, que es la mejor inyección que puede recibir la autoestima nacional.
La generación de los setenta fue en alguna medida una procreación del crecimiento económico de los cincuenta y sesenta. Y los fracasos de los últimos 25 años se asocian a unas generaciones que crecieron en medio de la aguda crisis iniciada a mediados de los setenta. Recordemos que recién en el 2006 recuperamos el ingreso per cápita que teníamos en 1974.
Los chicos que hoy tienen 20 años nacieron en 1994, cuando el país comenzó a recuperarse. Las siguientes promociones serán cada vez más fuertes. Pero para capitalizar ese potencial los clubes tienen que transformarse en instituciones modernas. El país se moderniza pero los clubes no. Necesitamos grandes semilleros. Eso se consigue con un sistema organizado de campeonatos distritales y escolares, y con clubes capaces de cultivar divisiones inferiores que permitan descubrir y desarrollar los buenos jugadores del futuro que no tenemos ahora porque carecemos de una organización que permita que surjan.
Para esto último, sin embargo, los clubes tendrían que convertirse en sociedades anónimas, como ocurrió en Chile hace más de diez años, con los resultados que podemos ver. Los dueños e inversionistas se preocuparán por la rentabilidad del dinero que ponen.
Ha habido algunas mejoras. Algunos equipos de provincias tienen en la práctica dueño, y funcionan. Pero el dueño no invierte para ganar plata, sino poder político o imagen. César Acuña (César Vallejo) quiere ser presidente regional y luego presidente del país. Joaquín Ramírez (UTC), es congresista y su hermano postula a la región Cajamarca. Pero no es su plata, sino la de sus universidades (César Vallejo y Alas Peruanas). El empresario Rofilio Neyra es el dueño del Inti Gas de Ayacucho, y casi gana las elecciones regionales del 2010. Los Oviedo (azucareros del norte) manejan el Juan Aurich.
Esos equipos tienen cierta solvencia económica, aunque carecen de divisiones inferiores. Reflejan el auge de los poderes económicos locales de los últimos lustros y son instrumento de ambiciones políticas o de generación de imagen para neutralizar manejos cuestionables. Pero no son empresas autosostenibles generadoras de jugadores. No trabajan a largo plazo. Ese cambio ocurrirá cuando Alianza Lima y Universitario de Deportes se conviertan en sociedades anónimas. Alianza fue víctima de manejos mafiosos en los que participó un personaje acusado de despojar de sus casas a terceros y de defraudar a gobiernos regionales.
Ahora la administradora temporal debe presentar un plan de reestructuración a la junta de accionistas, pero no es seguro que opte por una sociedad anónima que cotice en bolsa, porque el proceso, al parecer, es un laberinto legal inextricable. Un grupo quiere invertir 4,5 millones de dólares, pero sin el cambio a sociedad anónima. Universitario, por su lado, ni siquiera ha convocado a junta de acreedores todavía. Son estos dos equipos los que tienen que dar el salto, para transformar el fútbol peruano.