Hace pocos días fueron capturados 4 delincuentes en el barrio de San Pedro, en Carabayllo, por arrancharle el bolso a una joven de 25 años.
Según informó el mismo comisario de la localidad, corrió el rumor entonces de que la quisieron secuestrar para extraer sus órganos y venderlos en el mercado negro.
“La gente está alarmada por información que circula por Internet –acotó el comisario– que afirma que se han venido dando raptos de menores para traficar con sus partes”.
Ante el reclamo violento de temerosos vecinos contra el puesto policial, él y el alcalde aseguraron que los rumores no son ciertos y que son más bien “psicosociales que vienen de distintos sitios desde fuera”.
Desde mediados de la semana pasada, varios distritos de la zona norte de la capital han venido siendo caja de resonancia de trascendidos acerca de la existencia de una “pareja de secuestradores, aparentemente colombianos”, que estaría movilizándose en una camioneta de color blanco.
Esta pareja de pishtacos modernos no existe, pero el rumor sí. Y viene ‘circulando’ por toda Latinoamérica desde el 2005, aproximadamente, siguiendo una ruta que escala de norte a sur recorriendo los centros urbanos más afectados por secuestros y extorsiones en todo el continente.
Hay referencias de ellos tanto en Yucatán y Campeche, México, como en barrios acomodados de Santiago o en las villas miserias de Buenos Aires. Se ha sabido de ellos en Puerto Rico, en Colombia y en la costa norte de Chiclayo.
Algunas webs afirman que hay una historia original que sí fue real. Se trataría de una pareja de rufianes –él chileno, ella argentina– que habría instalado un negocio de prostitución en Las Condes, en la capital sureña. Desde entonces sus fotos del registro de identidad recorren las pantallas y los barrios de nuestras ciudades más populosas, ahora vinculadas a una nueva identidad y un cometido distinto: el del tráfico de órganos extraídos de niños.
Un miedo sin duda más cercano a la gente que sufre los más altos niveles de inseguridad cotidiana del mundo. Según la ONU, Latinoamérica es la región más violenta del planeta, récord con el que ha desplazado a África. El reporte de abril notifica que sus estados enfrentan “niveles epidémicos de violencia”, sacudidos por el accionar del crimen organizado que impone su poder sobre todo orden de cosas.
Las recientes noticias en Lima lo corroboran. El sábado El Comercio hizo públicas las denuncias de comerciantes de Gamarra que dicen pagar S/.10 mil para poder ejercer sus actividades. El domingo, “Perú 21” informó sobre la industria de la extorsión en el balneario de Asia, donde cada nueva construcción debe pagar cupos de 2 mil y 3 mil soles por semana para poder realizarse.
En este escenario de negociación diaria con el crimen, y fracaso –cuando no colusión– de la policía ante sus arremetidas, no sorprende, pues, la traducción fantasiosa del miedo en monstruos robaórganos. No hace falta una silla de psicoanálisis para entenderlo. Basta ponerse en la piel de los vecinos.