El título que acaba de leerse es el mismo del libro de Robert Muchembled, publicado por el Fondo de Cultura Económica; una obra extensa que comprende quinientos años de historia sexual. Los párrafos son larguísimos y densos y dificultan considerablemente la lectura. No tuve que perder mucho tiempo para comprobar que Muchembled cojea. Por ejemplo, en el sexto capítulo, titulado “La era del placer (de 1960 a nuestros días)”, se ocupa de los Informes Kinsey, que no se publicaron en la década de 1960, sino en las dos décadas anteriores, en 1948 y en 1953.
Muchembled no aquilata la expectativa y conmoción que produjeron los Informes Kinsey. Fue una espera curiosa y tensa, la espera anhelante de un acontecimiento que interesaba muchísimo. Se iba a saber, en efecto, lo que nunca se había sabido científicamente: cómo se comportaban sexualmente los norteamericanos.
Lo que Muchembled no advierte es que la sexualidad que revelaron los Informes Kinsey tenía una vitalidad y una fuerza que la sexualidad actual no tiene. Hoy afligen a la humanidad siete plagas, pero en la época de los Informes Kinsey sólo había una y en sus inicios: la superpoblación o explosición demográfica. Las otras comenzaron a manifestarse a partir de la década de 1970 y la última es el aumento de las enfermedades.
En la década de 1950, Erich Fromm decía que el verdadero problema de la salud mental no era por qué enloquecen y se neurotizan algunas personas, sino por qué la mayor parte de las personas no enloquece ni se neurotiza. Hoy ya no se puede decir eso. Hace sesenta años se pudo decir porque aún había un quántum importante de sanidad, una cuantía significativa. Ahora no la hay. Lo que hay ahora, según la Organización Mundial de la Salud, es un aumento general de todas las enfermedades, no sólo de las orgánicas, también de las mentales, o sea que mentalmente estamos más desquiciados que nunca.
¿Qué sanidad sexual puede haber en una sociedad así y con gente tan venida a menos? Hoy asistimos a una despotenciación sexual masculina y a una despotenciación sexual femenina. Hoy los hombres y las mujeres no son sexualmente más potentes, sino menos.
El sexo no puede competir con la droga, y hoy la droga reina soberana. El sexo no puede competir con el alcohol, y hoy el alcohol reina soberano. Desde mediados de la década de 1980 las mujeres toman tanto como los hombres, o más que los hombres. Una de las consecuencias de ello es que lubrican menos. Otra consecuencia es que hay cada vez menos multiorgásmicas y menos féminas con un Punto G operativo y respondón.