El fútbol peruano es un desorden y el fútbol peruano, disculpen la redundancia, es el Perú. En un arranque de desgastada sabiduría, Roberto Chale definió de esta manera su llegada a Universitario: “dirigir a este equipo era más difícil que el Geniograma Gigante de El Comercio”. Ese mismo paralelo aplica para todo el campeonato peruano, entenderlo es como resolver en tiempo récord un Sudoku creado en Finlandia. Ni aquel psicodélico David Bowie de la película “Laberinto” podría encontrar un camino despejado para explicar por qué un error de un árbitro sería el respirador artificial del casi muerto Cienciano. Más que improvisado, el torneo local es un brutal enredo porque hay diferentes intereses que pesan más que el factor deportivo. No importa que formemos mejores jugadores, tampoco que apoyemos a la selección en su imposible búsqueda de un Mundial, nada. La única prioridad para los clubes profesionales es sobrevivir y no irse a la quiebra. Hay que jugar todos los partidos posibles y dejar contentos a los canales de televisión y sumar taquilla para pagar a sus planteles hasta fin de año. Mientras los clubes locales no sean fuertes institucionalmente, seguiremos teniendo un torneo donde descifrar a los clubes que clasifican a la Sudamericana será más difícil que saber por qué resucitó Grace.
El fútbol peruano es el Perú porque en el deporte y la política nadie empuja el barco hacia una misma dirección, todos quieren jalarlo hacia su propio puerto. Nos quejamos de este pésimo torneo Descentralizado pero en la clase política tenemos la misma crisis de ausencia de liderazgo y de desorganización. Ha comenzado la campaña electoral y antes que escuchar saludables propuestas solo hay denuncias, ataques, insultos e intentos de bajarse al otro como si estuviéramos en un western de Clint Eastwood. Digamos que el fútbol peruano seguirá siendo 'julbol' en tanto no exista un cambio integral del país. El fútbol peruano se mueve al ritmo del “Baile del Totó” y la política lo hace con el “Baile del Teteo”.
El fútbol peruano es el Perú (y viceversa) porque los patrones de conducta en la política se repiten de manera asombrosa: tenemos mecenas en las provincias (que después, como en el caso de Juvenal Silva con el caído Cienciano, abandonan sus clubes cuando son elegidos para un cargo político), hay “hijos” que les duele en el alma que les hagan recordar quién es su padre (los dirigentes de las Ligas Departamentales con su “creador” Manuel Burga), también algún reincidente (Chemo ha tenido más oportunidades que algún ex mandatario), algunos acusados de “viejitos” como Markarián y personajes cuestionados por sus debilidades nocturnas. A la clase política nunca le faltará un Reimond Manco.
El fútbol peruano es el Perú porque, con eso de votar siempre por el mal menor, cada cinco años no estamos acercando a la peligrosa costumbre de perder sin haber jugado antes el partido.