¿Sabía que en Estonia puede convertirse en residente digital a un costo de €100? El portal web e-resident.gov.ee le permite postular para obtener una tarjeta de identificación de residente virtual, la que le da acceso a los servicios en línea del país báltico. También está el portal startupestonia.ee que ofrece una visa de emprendedor para poder fundar una empresa, conseguir asesoría legal, y administrarla, todo desde esta nación con pleno acceso a la Unión Europea.
Tallin, la capital de Estonia, es una ciudad de alta tecnología, allí se fundó Skype, y está entre las 10 primeras ciudades del mundo en innovación digital. Estonia, con poco más de 1,3 millones de habitantes, es el país con la mayor cantidad de emprendimientos per cápita. Tiene los tres componentes esenciales de un ecosistema innovador: (i) universidades con facultades de ingeniería con acceso a redes globales; (ii) un sistema bancario y apoyo público que financia emprendimientos, y (iii) cercanía a los países nórdicos y al resto de la Europa con avanzada logística física y electrónica.
Debido a su ubicación en el mar Báltico y su cercanía a los países nórdicos y Rusia, Estonia ha tenido muchos vaivenes en su historia. Desde el siglo XIII fue ocupada por Dinamarca, Alemania, Suecia y Rusia, logrando su independencia en 1991. Desde entonces, esta pequeña nación ha crecido aceleradamente concentrándose en tecnología y turismo. A diferencia de Silicon Valley, en Estonia es el sector público el que ha abrazado las políticas tecnológicas, el 99% de los servicios y trámites se pueden hacer en forma digital, y solamente en tres casos se requiere la presencia física: para casarse, divorciarse o comprar una propiedad.
La tecnología es una llave para el progreso cuando se integra con las políticas de desarrollo productivo. Pero los avances tecnológicos también tienen su área gris cuando producen “desigualdad digital” y desempleo. En 1930 el economista inglés John Maynard Keynes pronosticó que en la era cuando sus descendientes vivan, más o menos ahora, el tiempo dedicado al trabajo por semana sería de 15 horas, lunes y martes, con el resto disponible para el ocio y disfrute personal. Eso no ha ocurrido (aún) y tal vez no suceda pronto. Hoy en el 2020 mucha gente en el mundo solo puede acceder a trabajos temporales y precarios, los que tienen un empleo fijo deben trabajar más de 8 horas diarias, y no es excepcional que un profesional en el sector público o privado, médicos, profesores o consultores trabajen más de 60 horas por semana.
La eficiencia productiva aumenta con la ciencia, pero en muchos casos lo hace a expensas del empleo. En los comienzos de la era moderna la agricultura era lo más importante y la manufactura era un accesorio de la economía rural, pero en los siglos XIX y XX los avances tecnológicos en sembríos aumentaron, la productividad del agro creció y generó mano de obra excedente. La manufactura se impuso, por ejemplo, en Estados Unidos; la industria de electrodomésticos y automotriz se convirtió en la más importante. El mismo proceso ocurre hoy cuando los servicios pasan a ser el sector líder y los robots comienzan a realizar las tareas manuales, el temor es: ¿dónde va a trasladarse la mano de obra excedente si no hay un sector alternativo más allá de los servicios?
Se estima que en 20 años en Estonia los empleos en el área de transporte y logística, que comprenden casi el 10%, podrían ser sustituidos por una combinación de robots, sensores y drones. Como en toda ciudad donde la tecnología se impone, hay desafíos sociales como el desempleo de mano de obra que no puede adaptarse a los cambios, desigualdad, aumento de costo de vida, gentrificación de zonas urbanas, y en algunos casos desaparición de lazos de solidaridad tradicional.
El desarrollo tecnológico siempre va a producir fricciones, y es tarea de la política pública minimizar los conflictos sociales y enfrentar los desafíos maximizando la aplicación de la ciencia a la producción y al desarrollo urbano y rural. Calestous Juma, keniano que fue profesor de la Facultad de Administración Pública de la Universidad de Harvard, dijo que la tecnología pasa siempre por el siguiente ciclo: comienza excluyendo a los pobres, el gobierno intenta controlarla, y finalmente se vuelve indispensable para la vida. La tecnología es una herramienta que las sociedades más ágiles tienen a disposición para crecer, no puede ser detenida.
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