Mientras Estados Unidos transita por un mundo cambiante, las personas que parecen tener mayor dificultad en adaptarse son los expertos del país. Durante las últimas semanas, una nueva sabiduría convencional ha invadido las páginas de las editoriales: que Estados Unidos se encuentra en retroceso y que esto provoca graves consecuencias alrededor del mundo.
“Washington Post”, presenta una serie de los terribles acontecimientos que suceden en el mundo –principalmente Siria– por los que se culpa al presidente Obama y añade algunos nuevos en gran medida, tales como las posibles movidas hacia la secesión de Escocia y Cataluña. Cohen afirma que, ante todos estos desafíos, Obama se rehúsa a ser el policía del mundo o incluso su “supervisor”. Sí, si tan solo el presidente hiciera sonar el silbato, los escoceses y catalanes finalizarían su centenaria búsqueda por la independencia. Olvídense del “obstáculo” de la Reserva Federal. En “The Wall Street Journal”, Niall Ferguson expresa que, el mayor peligro de Washington es el “obstáculo geopolítico”. Como evidencia de las desastrosas políticas de Obama señala el hecho que, bajo la administración de Obama, el número de muertes en el Gran Oriente Medio es mayor que bajo la presidencia de George W. Bush. Pero, hay una gran diferencia entre estos dos casos. En el período de Bush, el número de muertes fue alto debido a la guerra en Iraq, un conflicto que se inició bajo la administración de Bush. Sin embargo, en el período de Obama, el número de muertes es alto debido a la guerra en Siria, un conflicto en el que la administración de Obama ha permanecido al margen. Si se siguiese esta lógica, Bush sería directamente responsable por las decenas de miles de muertes en Sudán y en la República Democrática del Congo durante su presidencia. La mayoría de las críticas fueron escritas antes de la caída del presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich. Por lo tanto, tienden a visualizar a Ucrania como otro ejemplo de la administración débil e irresponsable de Obama. Los acontecimientos en Ucrania, en realidad, ilustran cómo el mundo ha cambiado y cómo el liderazgo estadounidense se ejerce mejor en esta nueva era. En primer lugar, Estados Unidos no era el jugador más importante en la crisis. Ucrania desea formar parte de la Unión Europea y será esta quien tome el conjunto de decisiones cruciales que afectarán el destino de Kiev. (Por este motivo, Washington estaba frustrado con la lenta e intermitente diplomacia de la Unión Europea, evidenciada en las profanas críticas telefónicas de la secretaria asistente de Estado, Victoria Nuland). Por permanecer relativamente callada y trabajar detrás de la escena, la administración de Obama aseguró que la historia no se trataba de los planes de Estados Unidos de robar a Ucrania de Rusia, sino del deseo de los ucranianos de ir hacia el este. (El nacionalismo, esa fuerza crucial, no está trabajando contra los intereses de Estados Unidos para lograr un cambio). Ahora, Estados Unidos puede jugar un rol fundamental para impedir que Rusia haga descarrilar las aspiraciones de Ucrania. Esto requerirá cierta firmeza, pero también cautelosas negociaciones, ninguna bravata. El mundo no se encuentra en un gran desorden. Se encuentra principalmente en paz con una zona de inestabilidad, el Oriente Medio, un área que ha permanecido en este estado al menos por cuatro décadas. Piensen en la guerra de los Seis Días, la guerra de Yom Kippur, la guerra civil libanesa, la guerra de Irán-Iraq, la guerra del Golfo, la Guerra de Iraq, la guerra civil de Sudán, las guerras en Afganistán y ahora la guerra civil Siria. La administración de Obama no ha detenido esta serie de tumultos mágicamente. Es irónico cómo Ferguson, un distinguido historiador económico, no menciona los ambiciosos proyectos comerciales de la administración de Obama en Europa y Asia –ciertamente, la iniciativa comercial más importante que saldría de Washington en dos décadas, y que podría tener un poderoso efecto estabilizador en Asia. Pero, con respecto a esto, Ferguson refleja los puntos de vista de la mayoría de los comentaristas, que creen que el liderazgo estadounidense consiste en persuasiva retórica y acción militar; si tan solo Obama bombardeara a alguien en algún lugar, el mundo se estabilizaría y dejaría de cambiar. El hecho de que la gente pueda hacer estas súplicas para una mayor intervención luego de una década de brutales (y costosas) guerras estadounidenses en Iraq y Afganistán, es sorprendente. Por otro lado, pensemos en el año 1950. Unos años después de un largo y sangriento estancamiento en Corea, las súplicas por la intervención estadounidense aparecieron inesperadamente en todas partes. Los franceses rogaron el apoyo estadounidense en Vietnam, los franceses y británicos también suplicaron la intervención estadounidense en la crisis en el canal de Suez, los aliados leales de Washington, los taiwaneses, solicitaron en dos ocasiones el apoyo de Estados Unidos mientras aumentaban las tensiones en el estrecho de Taiwán. En todas estas crisis, altos líderes militares quisieron intervenir, enviando aviones, tropas e incluso, en el caso de Taiwán, según se dice, misiles nucleares. Los comentaristas advirtieron que el peligro de la inactividad de Estados Unidos significaría caos, avances comunistas y un retroceso de la libertad. El presidente Eisenhower rechazó toda petición, rehusándose a enviar tropas estadounidenses a conflictos complejos, sin misiones claras y caminos que conduzcan a la victoria. Imaginen si un presidente diferente, menos capaz de ejercer el coraje, la sabiduría y la moderación, hubiese escuchado a los intervencionistas de salón, y si Estados Unidos hubiese intervenido en todos esos conflictos. Imaginen el desorden en el extranjero y la erosión del poder estadounidense en nuestro propio país. © 2014, The Washington Post Writers Group