“Y me domina el corazón. No sé luchar contra el amor”. Así comienza una excelente canción de Camilo Sesto que lleva el paradójico título de “Vivir así es morir de amor” y que ha sido recordada en distintos medios a raíz del fallecimiento del popular cantante. Hay quienes han asociado su imagen y música a una etapa de la vida, y hay quienes han criticado la gran atención que ha recibido su fallecimiento por considerarlo un artista comercial. Indudablemente se trata de un importante ícono cultural. La imagen de Camilo Sesto nos puede enseñar cómo la cultura es un “todo” integrado y cómo varios sistemas culturales son articulados en torno a él.
Como especie no estamos equipados con garras o colmillos, ni siquiera estamos premunidos de una piel abrigadora y no podríamos huir corriendo de la mayoría de predadores. Es así que desarrollamos la cultura que suple con creces todas estas carencias, organizando la solución de necesidades a través de la creación de una serie de sistemas con lógicas propias a cada grupo social. Así, por ejemplo, toda cultura tiene la necesidad de intercambiar símbolos que le permitan comunicarse. Para esto se ha desarrollado un sistema de comunicación; sin embargo, una misma función puede dar respuestas tan diferentes como el idioma chino o la lengua castellana, las señales de humo o el Facebook. También toda sociedad ha ideado formas de transmitir su propio acervo cultural a la siguiente generación. Es un sistema educativo que va desde la narración de cuentos entre los grupos aborígenes australianos hasta el sistema escolarizado del mundo moderno.
La imagen de Camilo Sesto cantando en el programa “300 millones en el español”, publicado en You Tube y con millones de visitas, nos convoca al sistema económico de la sociedad occidental donde el producto artístico se convierte en un bien de consumo y su valor se establece a partir del grado de consumo, traducido en el éxito que pueda tener. Esto, a su vez, ubicará al cantante en el rubro de lo popular, en contraste con el gusto asignado a la élite social, cuyos gustos artísticos estarán asociados a la distinción y la exclusividad.
La imagen de Camilo Sesto también puede evocarnos parte de nuestro sistema religioso, propio de toda cultura humana, al haber sido un pionero en la traducción de la ópera rock “Jesucristo Superstar”. Esta buscó actualizar de manera polémica parte de los evangelios y le dio una relectura desde una perspectiva de cultura hippie a la figura del Mesías.
Toda sociedad tiene un sistema de control social, es decir, una forma de vigilar y controlar la conducta de sus miembros garantizando un tipo de conducta culturalmente deseado. Hay sistemas que generan castigos públicos e incluso ejecuciones ante la vista de la población, mientras que, en nuestro caso, hemos optado por el Derecho Penal, el sistema judicial, la policía y las leyes. Sin embargo, el mayor control social que tenemos es el miedo al “qué dirán” y la vigilancia que nosotros en la cotidianidad nos ofrecemos a través del chisme. Y lo que Camilo hizo o no hizo, o quién era, solo lo podemos vislumbrar en las revistas del corazón que lo convertían en parte de lo que se cantaba en una de sus canciones “conversación predilecta de gente que se cree perfecta”, una vigilancia que lo recluyó en los últimos años de su vida.
Ahora bien, toda cultura busca transmitirse a la siguiente generación para preservarse. Lo hace a través del mencionado sistema educativo. Y si bien el caso de nuestro cantante técnicamente no forma parte de este, la música ha sido uno de los sistemas más frecuentes en los que se han transmitido cantares de gesta, mitologías y textos sagrados. La melodía y la métrica facilitan el aprendizaje y memorización de textos. Yo mismo todavía sé el orden de los planetas del sistema solar gracias a una canción de Yola Polastri. Pues bien, oyendo las canciones de Camilo Sesto que rezan “soy mendigo de sus besos” o “ayudadme a cambiar por rosas mis espinas” o “no me digas que no, jamás, amor de mujer”, podemos acercarnos a entender cómo era percibida y transmitida la idea del amor romántico en las décadas de la segunda mitad del siglo XX. Era un ideal de amor bastante endulzado, sublime e incluso tierno. Mientras que, si analizamos las canciones populares del mundo hispano de principio de milenio con Shakira o Alejandro Sanz, podríamos descubrir que la percepción del amor se ha movido hacia profundizar en su densidad, el laberinto interior que genera y lo compleja que puede ser una relación. A esto se le suma una mayor presencia de la perspectiva femenina, pues se presentan nuevas compositoras y nuevas formas de entender una relación.
Por último, ya sea en el Paleolítico, en las grandes civilizaciones de la antigüedad, en la actualidad urbana o rural, gracias a la cultura, el ser humano ha podido canalizar sus propias emociones y ha encontrado la forma de articular normas y formas de conducta que han permitido una convivencia relativamente exitosa a lo largo de casi medio millón de años. La cultura ha logrado que encontremos un lenguaje, una normatividad y una forma de pensar en común a nuestro grupo. Tan fantástica labor solo se logra de manera sistemática. Las culturas tradicionales integran más sus sistemas religiosos, económicos y de control social, mientras que los grupos modernos occidentales tienden a separarlos en instituciones, profesiones, ministerios e iglesias con autonomía y, sin embargo, siempre están interconectados.
Si bien el uso de la racionalidad nos convierte en seres humanos, el hecho de que frecuentemente “nos traiciona la razón y nos domina el corazón” nos hace más humanos. Felizmente, toda cultura, de algún modo, siempre ha logrado crear un sistema artístico en donde las dimensiones imposibles para el lenguaje pueden expresarse y sobre todo interpretarse a través de la emoción que nos despierta la obra. Es una forma de aceptar que no sabemos “luchar contra el amor”, pero podemos expresar con gusto nuestra derrota. Buen viaje, Camilo, y muchas gracias.