La semana pasada, Leyla Chihuán acudió a un evento con los reyes de España luciendo un vestido negro sobre la rodilla, adornado con círculos de diversos colores, y una chaqueta. Si la frase anterior le suena irrelevante en una página de opinión, me gustaría darle la razón. Lamentablemente, no puedo. No puedo porque creo necesario discutir el que se siga hablando en algunos medios y en las redes sociales de la vestimenta de los políticos.
Mientras a Leyla Chihuán se le criticaba por usar un vestido que se consideraba demasiado corto para una cita con los reyes (¡se le veía la rodilla!), y alguno aprovechaba la ocasión para comparar su atuendo del día con el aspecto “deportivo” (¿?) que suele mostrar en el pleno, en Estados Unidos la ropa de otra política hacía noticia. “Ese saco y ese abrigo no parecen de una chica que lucha”, decía un tuit viral, buscando transmitir que la vestimenta de la recién electa Alexandria Ocasio-Cortez no era compatible con su prédica socialista. Aunque quizás sea válido, allí donde el interés público lo demande, admitir la discusión sobre el presupuesto de ropa de los políticos, en el caso en cuestión no había forma de saber cuánto costaba lo que tenía puesto Ocasio-Cortez. El problema no era el dinero, era que se veía elegante, ‘y una socialista no puede verse así’.
Ni Chihuán ni Ocasio-Cortez son las primeras en ser juzgadas por su forma de vestir, y no serán las últimas. Ahí está, por ejemplo, la portada del “Daily Mail” que mostraba a las primeras ministras de Gran Bretaña y Escocia en una reunión sobre el ‘brexit’, sentadas las dos con faldas sobre la rodilla, con el titular “Never mind Brexit, who won Legs-it!” (algo así como “Olvídense del ‘brexit’, quien ganó es el Piernas-it!”). O el caso de Cécile Duflot, ministra francesa que acudió a la Asamblea Nacional con un vestido blanco con estampado de flores azules, que causó que algunos diputados no tuvieran mejor idea que silbarle. “Quizá se puso este vestido para que no escuchásemos lo que tenía que decir”, dijo uno de los presentes. Los ejemplos son interminables.
Aunque, como decía, puede haber ocasiones en las que tiene sentido mezclar ropa y política –otro ejemplo, en 1993 (¡1993!) dos mujeres en Washington se rebelaron contra una norma arcaica que les impedía usar pantalones en el Senado–, esta debería ser la excepción más que la regla. Debería.
En la Universidad de Warwick, Inglaterra, un grupo de investigadores se dedicó a estudiar los estereotipos que las políticas enfrentan. Encontraron que, en medios de diversos países del mundo, hay tres particularmente prevalentes. Aparece, primero, la política que sería ‘demasiado masculina’ (‘the butch’), imagen usada para criticar a mujeres que, por ejemplo, tienen supuestamente un estilo ‘poco femenino’ al vestir o hablar de manera agresiva. Luego, está la mujer que usaría su ‘feminidad’ como arma (‘the bitch’), una persona fuerte y despiadada que se vale de su forma de vestir glamorosa o su sexualidad para su causa. Y, finalmente, existe la política maternal (‘the mummy’), estereotipo con el que se condena a las mujeres que se consideran demasiado controladoras y protectoras. Podríamos discutir cada una de estas imágenes y sus detalles, pero lo importante aquí es que los investigadores encuentran que las mujeres son estereotipadas en tanto mujeres, en tanto cumplen, o no, con una imagen femenina idealizada. En el caso de los hombres, quienes por supuesto también pueden ser juzgados por su ropa y su imagen, las críticas o burlas suelen ser a un nivel individual, y no en relación con un ideal de hombre.
En un contexto en el que cada vez se discuten más los asuntos de representación femenina, lo que tenemos que preguntarnos es qué efecto están teniendo este tipo de discursos. Una pista la otorga un estudio hecho en Reino Unido a niñas y mujeres de entre 11 y 21 años (Girls’ Attitudes Survey 2018). De acuerdo a un tercio de las chicas, era un desincentivo para entrar a la política la manera en que las políticas eran representadas en los medios. Y el 77% aseguró que lo que lleva a que las mujeres sean tratadas menos justamente que los hombres es que las políticas son juzgadas por lo que usan, no por lo que dicen.
Lo que quiero decir, en fin, es que hoy lamentablemente todavía tiene sentido hablar en las páginas de opinión de un diario del vestido de Leyla Chihuán.