Estos son días oscuros para la causa de la democracia en América Latina. Mientras la dictadura venezolana avanza con medidas para robarse las elecciones legislativas de diciembre y acabar con la oposición organizada, las principales democracias en la región están haciendo muy poco o nada.
La coalición internacional de casi 60 países que respalda al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y líder opositor, Juan Guaidó, está perdiendo fuerza. Se ha debilitado por algunas deserciones importantes, como las de México y Argentina, y por las declaraciones ambivalentes del presidente estadounidense, Donald Trump.
México y Argentina, que hasta hace poco apoyaban los esfuerzos para restaurar la democracia en Venezuela, ahora están apoyando tácitamente, si no explícitamente, al dictador Nicolás Maduro.
Ambos países se abstuvieron vergonzosamente en el voto de la Organización de Estados Americanos (OEA), que condenó al régimen de Maduro por designar ilegalmente un Consejo Nacional Electoral progubernamental para supervisar las próximas elecciones parlamentarias de Venezuela.
Además, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dijo que está dispuesto a vender gasolina al régimen venezolano por razones “humanitarias”. Los gobiernos pseudoprogresistas de México y Argentina afirman ser neutrales en el conflicto de Venezuela, pero –en los hechos– han reducido su participación en el Grupo de Lima, que presiona por elecciones libres en Venezuela.
“Desde que tomó posesión López Obrador, el Gobierno de México se ha vuelto en los hechos partidario de la dictadura de Maduro”, me dijo el excanciller mexicano Jorge Castañeda. “Lo disimulan, no lo quieren decir abiertamente porque no quieren meterse en problemas con Trump, pero en el corazoncito de López Obrador no debe haber ninguna duda de que está con la dictadura de Maduro”.
México dice que AMLO solamente está siguiendo el supuesto principio tradicional de la política exterior mexicana de “no intervención” en los asuntos internos de otros países. Esto es una bobería, porque México tiene una larga historia de intervención en asuntos internos de otros países.
El expresidente mexicano Lázaro Cárdenas apoyó a los republicanos durante la guerra civil en España. El expresidente Luis Echeverría apoyó a la oposición del dictador Augusto Pinochet en los 70. El expresidente José López Portillo apoyó a la oposición nicaragüense, también en los 70.
En Argentina, el presidente Alberto Fernández está apoyando tácitamente a Venezuela a instancias de su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el poder detrás del trono.
Pero quizás el revés más serio para la oposición organizada de Venezuela ha sido la ambivalencia de Trump. Como reveló su exasesor de seguridad nacional John Bolton en su libro “La habitación donde sucedió”, Trump cambia de opinión varias veces en el mismo día sobre Venezuela. Un día dice que sería “genial” invadir Venezuela, y al siguiente muestra respeto por Maduro y menosprecia a Guaidó.
Para empeorar las cosas, Trump sugirió en una entrevista con el portal Axios.com el 21 de junio que nunca estuvo muy convencido de su apoyo a Guaidó.
La Casa Blanca trató de controlar el daño un día después, diciendo que Estados Unidos continúa apoyando a Guaidó, pero las palabras de Trump debilitaron políticamente al líder opositor venezolano.
Todo esto es un mal augurio para la democracia en Venezuela y en América Latina. Mientras Maduro avanza con su plan de hacer un fraude en las elecciones legislativas de diciembre, México y Argentina miran hacia otro lado, y Trump está paralizado por su ambigüedad.
El tiempo se acaba. El liderazgo de la Asamblea Nacional de Guaidó es la última esperanza para una solución negociada bajo una fuerte presión internacional para celebrar elecciones libres en Venezuela. Sin Guaidó, una solución política pacífica será mucho más difícil, si no imposible.
–Glosado y editado–
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