El Partido Popular Cristiano (PPC) acaba de cumplir 50 años e, irónicamente, se encuentra envuelto en una crisis similar a aquella que le dio origen. En 1966, en efecto, un sector de la Democracia Cristiana se apartó de ese partido para fundar tienda propia, en medio de una severa pugna ideológica y de liderazgo entre los grupos nucleados alrededor de Luis Bedoya Reyes y Héctor Cornejo Chávez. Y aunque esta vez el ingrediente doctrinario parece estar ausente, el pulseo entre dos facciones por las riendas de la organización política es inocultable.
Nos referimos, por supuesto, a la disputa entre los autodenominados ‘reformistas’ (cuya cabeza visible es Lourdes Flores) y los ‘institucionalistas’ (que lidera Raúl Castro, a pesar de haber renunciado recientemente a la presidencia del partido y a su militancia en él). Como se recuerda, el problema se hizo evidente el año pasado, cuando, tras un proceso interno para elegir a los delegados que decidirían si el PPC debía ir solo o en alianza a los comicios del 2016, los dos bandos se reclamaron triunfadores.
La situación se tornó particularmente grave, además, porque los ‘reformistas’ acusaron a los ‘institucionalistas’ de haber introducido 1.149 votantes ilegítimos, mientras estos últimos acusaron a aquellos de haber promovido “padroncillos truchos”. En buena cuenta, pues, cruzaron imputaciones de fraude. Y la crisis no parecía admitir otra salida que la de la expulsión de un grupo por otro, o la ruptura.
Los apremios del calendario electoral, sin embargo, condujeron a los litigantes a una transacción insólita: a fin de poder postular en las elecciones del siguiente año, la determinación de quién hizo fraude y la decisión de si iban o no en alianza correrían –según declararon– por “cuerdas separadas”. Lo que equivalía a postergar la crisis, en la esperanza quizás de que un buen resultado sirviera para desvanecer las recíprocas acusaciones de haber hecho trampa en el proceso interno.
El resto de la historia es conocido. La posición de ir en alianza con el Apra se impuso, Lourdes Flores acompañó en la fórmula presidencial a Alan García y los dos sectores del partido integraron las listas parlamentarias de la coalición (con la excepción de Marisol Pérez Tello y Alberto Beingolea, que prefirieron ser consecuentes con sus cuestionamientos). Y cuando, durante la campaña, la prensa les recordaba los cargos que habían dejado pendientes, con una sonrisa incómoda respondían que “en toda familia hay pleitos” y majaderías por el estilo.
El veredicto de las urnas, no obstante, no pudo ser más ingrato para el PPC. El ticket presidencial que integraron llegó quinto (con el 5,82% del voto válido) y ninguno de los postulantes pepecistas al Parlamento obtuvo una curul. “Mi casa se está quemando”, fue la elocuente expresión con la que Marisol Pérez Tello describió entonces la ruina que amenazaba a su partido.
Así las cosas, era obvio que más temprano que tarde las ‘cuerdas separadas’ acabarían liándose nuevamente, y eso es exactamente lo que ha ocurrido ahora. A pesar de la baja que supuso la renuncia de Castro (precipitada por una carta en la que Luis Bedoya Reyes le comunicó que no asistiría a los actos conmemorativos del 50° aniversario del partido por lo “gravemente dañada” que estaba su unidad), los ‘institucionalistas’ celebraron la semana pasada un congreso en el que eligieron al ex gobernador regional de Ica Alonso Navarro como nuevo presidente de la organización… Y el domingo por la noche Lourdes Flores salió a declarar que aquello había sido un “seudocongreso” y a anunciar acciones legales. Es decir, a retomar la crisis exactamente ahí donde la había dejado casi un año atrás, solo que agravada por la evidencia de que la indignación es refrigerable, y los argumentos legales y morales únicamente resultan relevantes cuando el poder ha sido esquivo.
Triste aniversario para uno de los partidos que solía ser uno de los referentes de la democracia peruana, y duro revés para la institucionalidad política del país.