“Una sociedad no se consolida sino donde la clase media es más numerosa que las otras dos clases extremas, o por lo menos que cada una de ellas”, decía Aristóteles en su obra “Política”. Al griego no le faltaba algo de razón. Una de las características más importantes de la mayor parte de sociedades desarrolladas es que su amplia clase media funciona como una suerte de columna vertebral, dándole solidez a sus instituciones y economía, y articulando a los diferentes sectores sociales. Es por eso que el reciente reporte del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) respecto del crecimiento y consolidación de la clase media en el Perú es tan relevante.
De acuerdo con el informe del banco, en el 2014, el 50,6% de peruanos estaba en la clase media, es decir, 15,5 millones de personas. Según la metodología utilizada, se considera pobres a aquellos que tienen ingresos inferiores a US$4 al día, vulnerables a las personas que ganan entre US$4 y US$10 por día, y de clase media a los que perciben entre US$10 y US$50. Es decir, para el BID, la clase media en el Perú se compone de aquellos cuyos ingresos oscilan entre S/.1.000 y S/.5.000 al mes aproximadamente.
Si bien el 2014 no fue un año de buenos resultados, lo cierto es que el modelo económico ha permitido que el Perú crezca a altas tasas durante las últimas dos décadas, permitiendo a cada vez más gente salir de la pobreza e insertarse en la clase media. Y esto no es solo un asunto de nomenclatura: las crecientes clases medias de Lima y de fuera de la capital tienen hoy acceso a mucho mejores estándares de vida que sus padres y abuelos, y disfrutan, sobre todo, de mayor libertad para emprender sus propios proyectos y aspiraciones personales.
Sin embargo, el reporte del BID también alertaba del alto porcentaje de peruanos que se encuentran en situación de vulnerabilidad –es decir, aquellos que podrían eventualmente insertarse en la clase media pero que a la vez tienen alto riesgo de caer en la pobreza–. De acuerdo con representantes del banco, la clase media es “muy sensible al ciclo económico” y, por lo tanto, un choque que afecte negativamente el dinamismo de la actividad podría hacer que muchos hogares retornen a una situación de pobreza.
Pero no son solo los choques externos económicos los que ponen en riesgo a buena parte de la población. Los avances en materia económica no han venido del todo de la mano con las reformas institucionales y políticas que requiere el país para asegurar que se continúe por la senda de desarrollo emprendida.
Así, el riesgo que enfrenta el Perú de regresar a los índices de pobreza de décadas pasadas no proviene tanto de la demanda de minerales de China ni de las tasas de interés de Estados Unidos, sino de la estabilidad de su política, del respeto por las reglas de juego y de la transparencia y solidez de sus instituciones.
Según las encuestas del Latinobarómetro 2013, entre 18 países evaluados, el Perú es el tercer país con menor satisfacción con el funcionamiento de la democracia, el tercer país donde el Congreso es considerado más prescindible, y el cuarto país donde la gente percibe que la democracia enfrenta “grandes problemas”. Así las cosas, no es sorprendente que aventureros políticos que prometen “una revolución” en el sistema asomen en cada elección nacional o regional cosechando resultados nada despreciables y que ponen en riesgo la estabilidad de las instituciones del país.
Las amenazas para el crecimiento y la consolidación de la clase media, entonces, no parten tanto del frente externo como del interno. Si se le quiere dar solidez a lo que entendemos como la columna vertebral de la sociedad, hay que enfocarse en fortalecer los músculos de la economía y la institucionalidad que han dado resultados hasta ahora, y desechar a los demagogos quiroprácticos de turno.