“Este triunfo se lo dedico a Fidel Castro y al difunto Hugo Chávez”, dijo Evo Morales desde Palacio Quemado ante una amplia multitud luego de que las encuestas indicaran que había sido elegido presidente por tercera vez con más del 60% de los votos.
La apabullante victoria del señor Morales se explica, en gran parte, por el buen desempeño económico de Bolivia, que hoy lidera el crecimiento en América Latina. El reciente éxito económico del vecino país, no obstante, hay que analizarlo con cuidado. Esta situación se explica fundamentalmente por un manejo macroeconómico relativamente ordenado y por el coyuntural aumento del precio internacional del gas que ha disparado el crecimiento. Dicho aumento ha generado que los ingresos de las exportaciones crezcan nueve veces y que hoy la venta de gas explique más del 50% de los ingresos estatales. Ello, además, le ha permitido al gobierno implementar políticas populistas –como las del difunto Hugo Chávez– que actualmente subsidian a la tercera parte de bolivianos y que han contribuido a reducir temporalmente la pobreza.
Lamentablemente, Evo Morales no ha aprovechado los vientos favorables para implementar reformas institucionales de fondo que permitan que la inversión florezca y que las empresas se vuelvan más productivas. Nos referimos, por ejemplo, a derechos de propiedad más seguros, un sistema judicial honesto que vele por que se cumplan los contratos, una policía eficiente que brinde seguridad o infraestructura adecuada. De hecho, de los 144 países evaluados en el Reporte Global de Competitividad, Bolivia ocupa el puesto 105 en el ránking total, el 133 en sobornos a las autoridades, el 123 en crimen organizado y el 141 en número de procedimientos para iniciar un negocio, por solo citar algunas de las varias categorías en las que obtiene resultados lamentables.
Asimismo, los programas asistencialistas de Morales que tanta popularidad le han ganado no son sostenibles en el largo plazo, pues dependen absolutamente de la coyuntura de los altos precios internacionales y no contribuyen a que los ciudadanos se vuelvan más productivos y desarrollen medios para generar su propia riqueza.
Todo eso hace que, si mañana cae el precio del gas natural, la prosperidad boliviana pueda fácilmente desaparecer. Y, en ese escenario, Evo Morales pasaría a ser parte del panteón de los líderes populistas a los que les dedicó su triunfo el domingo.
De alguna manera, la situación de Bolivia se asemeja a la del Perú con el “boom” del guano. Entre 1850 y 1870, el Perú generó excedentes fiscales por US$ 750 millones –algo sin precedentes en la historia–. Sin embargo, ese excedente fue utilizado para incrementar la burocracia, equipar al ejército e implementar proyectos de infraestructura sin ningún tipo de planeamiento, los cuales generaron un déficit fiscal. Cuando la demanda del guano cayó debido a la recesión en Europa y a la invención de nuevos fertilizantes, la economía peruana se vio severamente afectada.
La situación de Bolivia también se parece a lo que sucedió con Venezuela hace unos años. El país llanero, en ese entonces en manos de Hugo Chávez, se ufanaba de que gracias a sus programas sociales había logrado reducir la pobreza significativamente. El presidente venezolano, a raíz de esto, gozaba de una difundida popularidad. Esta pasajera prosperidad, no obstante, terminó cuando las malas políticas económicas se sumaron a un mal manejo de la empresa petrolera estatal y a que los subsidios se volvieron insostenibles. Hoy la economía venezolana es de las más desastrosas de la región.
Por lo demás, en estos años Morales ha trabajado en erosionar la institucionalidad boliviana. Ha concentrado en su persona todos los poderes ingeniándoselas para controlar al Legislativo y al Judicial. Siguiendo el ejemplo de otras naciones bolivarianas, ha asfixiado a la prensa libre. Ha logrado reelegirse al mejor estilo de Alberto Fujimori y de otros autócratas de la región. Y, según Transparencia Internacional, Bolivia se ubica en el puesto 106 de los 177 países evaluados en el Índice de Percepción de la Corrupción.
Evo Morales ha sido elegido por tercera vez no porque sea un verdadero líder que ha introducido reformas institucionales que garanticen una prosperidad duradera, sino porque viene siendo muy efectivo en su populismo. Ese es el drama de Bolivia.