Luego de un proceso de 6 años, este 27 de enero el Perú y Chile recibiremos el fallo del tribunal de La Haya que zanjará jurídicamente la discrepancia que existe entre los dos países con respecto a nuestro límite marítimo. Este cierre jurídico de la discusión tendría que significar también su culminación en todo otro nivel. Lo contrario, para cualquiera de los dos países, implicaría desconocer, además del derecho internacional, la propia palabra: ambos nos sometimos voluntariamente a la jurisdicción del tribunal de La Haya. Lo que esta corte resuelva, pues, no puede suponer en ningún caso una violación de la soberanía de ninguno de los dos. Más bien, su sentencia será una expresión más de esta soberanía. Ciertamente, todo apunta a que los dos países se acercarán al fallo con madurez y con coherencia frente a los compromisos asumidos. Las pocas voces disonantes que a lo largo del proceso han intentado hacer populismo con el tema han sido prontamente contradichas por las fuentes oficiales o, incluso, directamente desoídas por la sociedad. Así, por ejemplo, cuando el ex presidente Frei dio a entender que Chile podría desconocer un fallo que le fuese adverso, fue corregido por la portavoz de La Moneda, quien salió a declarar que “el respeto que existe por parte de Chile durante toda la vida republicana es intransable en materia de derecho internacional, en los tratados internacionales y en los tribunales internacionales”. Y, por nuestra parte, por ejemplo, cuando recientemente el ex presidente Alan García intentó cosechar de los ánimos chauvinistas proponiendo un embanderamiento general en espera del fallo, fue debidamente ignorado por la generalidad de la ciudadanía –con excepción hecha de algunos militantes de su partido– y criticado por los más diversos líderes de opinión. Por lo demás, no son solo las consideraciones de principio –por mucho que basten– las que tendrían que llevar a ambos países a aceptar el fallo como la palabra definitiva en lo que toca a este diferendo. Al fin y al cabo, este es el último problema importante que tenemos abierto con Chile, mientras el resto de nuestra relación viene, ya desde hace mucho tiempo, beneficiando enormemente a los dos países. En efecto, para el 2012 el intercambio comercial entre nuestros países ascendió a US$3.885 millones, y Chile llegó a ocupar el noveno puesto en el ránking de los destinos más importantes de nuestras exportaciones. Actualmente, además, el Perú es el cuarto receptor de las inversiones directas de Chile en el exterior y el principal destino de sus exportaciones de bienes. Después de Argentina, el Perú es también el país con el mayor número de empresas chilenas instaladas (hay más de 650 proyectos ejecutados por firmas de capitales chilenos en el Perú). Chile, a su vez, comparte con nosotros un sitio en la Alianza del Pacífico, bloque comercial que representa cerca del 50% del comercio de América Latina y que se está consolidando como la segunda economía más importante de la región (y la novena en el mundo). Por otra parte, de acuerdo al censo realizado en el 2012 por el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile, la mayoría de inmigrantes que residen en ese país son peruanos (son más de 100 mil los compatriotas que viven en Chile). Y la historia no es muy diferente en nuestro caso, ya que, conforme a la Superintendencia Nacional de Migraciones, desde el 2010 el mayor flujo migratorio a nuestro país proviene de Chile y Ecuador. En otras palabras, es demostrable que el Perú y Chile ganamos juntos mucho más que separados y esto es algo que, a juzgar por lo que han sido nuestras mutuas conductas en este proceso –donde el asunto de La Haya ha sido tratado “por cuerda separada” de los demás–, ambos países parecemos tener claro. Entonces, si luego del fallo Chile y el Perú nos confirmamos, con nuestra aceptación del mismo, lo que ya hemos venido mostrándonos a lo largo del proceso –que somos países civilizados que cumplen su palabra y que saben mantenerse por encima de los reflejos más primarios y las estrategias irresponsables de algunos sectores– solo podemos esperar que esta relación se estreche aun más y que nuestras sinergias se profundicen. Después de todo, como hemos dicho varias veces ya, si este es el caso, el proceso habrá servido para que nos hayamos dado la mayor muestra de nuestra historia en común de que podemos confiar el uno en el otro.