“Si bien la economía global ha estado experimentando un período sostenido de crecimiento sincronizado, inevitablemente perderá vigor cuando las políticas fiscales insostenibles de Estados Unidos se agoten. En el 2020, el escenario estará servido para otro declive económico –y, a diferencia del 2008, los gobiernos carecerán de los instrumentos de política para manejarlo–.”
Esa es la visión de Nouriel Roubini, uno de los economistas contemporáneos más influyentes y quien ganó notoriedad al predecir correctamente la crisis del 2008. Al cumplirse 10 años de la caída de Lehman Brothers, hito que marcó la crisis financiera estadounidense y que eventualmente se convertiría en crisis económica global, diversos especialistas están advirtiendo sobre la posibilidad de un nuevo remezón internacional. Por ejemplo, Jean Claude Trichet, ex presidente del Banco Central Europeo entre el 2003 y el 2011, dijo, a propósito del triste aniversario, que “allanamos ya el camino para la próxima crisis de la deuda” y que “estamos en una situación vulnerable”. No son pocos los que coinciden con los señores Roubini y Trichet.
¿En qué contexto encontraría al Perú una nueva crisis global que se desate próximamente? ¿Qué consecuencias tendría a nivel local?
Especulaciones de este tipo son complejas por la infinidad de variables que interactúan de forma simultánea, pero es posible adelantar algunas ideas. Por un lado, la responsabilidad macroeconómica que –mal que bien– ha cultivado el país desde hace algunas décadas le permite cierto espacio para combatir parcialmente los peores embates de una recesión generalizada. Las reservas internacionales que se han acumulado, el Fondo de Estabilización Fiscal, el bajo nivel de deuda pública, el grado de inversión alcanzado, la inflación controlada, entre diversos activos, distinguen al Perú de otros países de la región en su capacidad de hacer frente a una crisis internacional.
Por otro lado, sin embargo, el contexto de crecimiento económico es mucho más débil que el que teníamos hace una década. Entre el 2005 y el 2008, el PBI del Perú crecía a tasas cercanas al 8%. En los últimos cuatro años, no obstante, la tasa promedio ha sido de 3%. Entonces, el enorme apetito por recursos de países como India y China impulsaban el dinamismo al otro lado del Océano Pacífico y permitieron que el rebote económico poscrisis sea rápido y efectivo. Esos motores hoy ya no llevan el mismo vigor. Sin los vientos de cola, la consecuencia sería una crisis local más pronunciada a la vez más larga.
Si la demanda internacional no ayudará esta vez a salir del hoyo, se hace mucho más necesario tomar medidas adecuadas a nivel interno y pronto. La sensación, sin embargo, es que las reformas urgentes para asegurar la expansión económica y promover la inclusión de la población aún en situación de pobreza seguirán como tareas pendientes.
Entre las reformas por hacer destaca, como hemos mencionado en anteriores ocasiones desde esta página, el fortalecimiento institucional. El debate alrededor de las propuestas planteadas por el Ejecutivo para el eventual referéndum es de por sí un avance –más allá de que algunas iniciativas estén descaminadas– pero debería ser solo el inicio de una discusión mucho más profunda. Sin un sistema de justicia confiable, partidos políticos sólidos, un Congreso representativo y eficaz, un sector público eficiente y ágil, solo por mencionar algunos puntos de agenda, es mucho más probable que la ola internacional nos pase por encima.
El país no tiene ya el lujo de perder más tiempo en rencillas políticas y acusaciones estériles que vienen de uno y otro lado. Si nosotros no salimos solos de este marasmo, cuando en el mundo toque la campana de alerta será ya demasiado tarde.