Sin duda hay lecciones políticas que el presidente Martín Vizcarra aprendió de la fallida experiencia del ex presidente Pedro Pablo Kuczynski. Al margen de las simpatías políticas que se pueda tener, no es casualidad que el actual mandatario mantenga una de las cifras más altas de popularidad registradas por un presidente luego de nueve meses en el cargo.Hay un error de su predecesor, sin embargo, que el presidente Vizcarra parece abocado a repetir. Como hemos mencionado en estas páginas, uno de los problemas con la administración del ex presidente Kuczynski fue la distancia entre las expectativas económicas que generó su elección, por un lado, y lo que efectivamente se consiguió al cabo de año y medio de gobierno, por el otro. Las cifras de empleo, crecimiento del PBI, inversión, y otros indicadores elementales, no siguieron las optimistas proyecciones del Ejecutivo y terminaron siendo, en su mayoría, decepcionantes.
En una reciente visita a Piura, por su parte, Vizcarra afirmó que el 2019 sería “el año del despegue económico del país”, apuntalado por la ejecución de infraestructura y obras sociales. “Eso lo vamos a hacer juntos todos los peruanos”, subrayó.El optimismo del jefe de Estado es sin duda importante para mejorar las expectativas y que estas se conviertan luego en inversión o consumo que empiecen a girar los engranajes de la economía. Pero hablar de “despegue económico” puede ser aún sumamente prematuro en vista de las restricciones actuales.De hecho, las proyecciones disponibles difícilmente respaldan el sólido optimismo económico del presidente. El BCRP publicó este viernes su reporte de inflación trimestral. En el documento, el ente emisor estima un crecimiento de 4% para el próximo año, es decir, muy similar a la expansión del producto de este año. Más aun, a pesar de que el mandatario mencionó explícitamente la ejecución de obras de infraestructura como componente importante del ‘despegue’, el banco central, en línea con el resto de analistas económicos, proyecta un crecimiento de la inversión pública el próximo año de apenas 2,8%, luego de expandirse 9,9% aproximadamente este 2018. La elección de nuevas autoridades regionales y locales, sobre todo en un contexto de prohibición de la reelección, juega en contra de estas cifras.
Es sabido, además, que un crecimiento del orden del 4% del PBI para un país como el Perú es insuficiente para reducir pobreza y crear empleo de calidad. Cuando países como Panamá, Chile, Malasia, Polonia o Hungría tenían nuestros niveles de riqueza por persona, sus tasas de expansión superaban cómodamente el 6% en promedio. Un crecimiento del 4% no es inherentemente negativo, pero sí es riesgoso para el Perú caer en la complacencia de una trayectoria tan poco ambiciosa tan temprano en su etapa de desarrollo. Nada de lo anterior quiere decir que sea imposible crecer a altas tasas el próximo año, pero esto sería una situación azarosa, inesperada y con motores que por lo menos hoy son imposibles de prever. Y esto último es, en realidad, el principal problema. Percibir que el país está ya listo para dar el gran salto al desarrollo es obviar que aún quedan innumerables escollos a resolver por delante; es pasar por agua tibia que la situación de la infraestructura sigue siendo pobre, que la reforma laboral, de salud o educativa siguen pendientes, que la informalidad laboral está más fuerte que ayer, y un largo etcétera. Ello sin mencionar que, con afirmaciones de este tipo, el presidente Vizcarra expone su credibilidad a un costo similar al que debió enfrentar su antecesor en el cargo. En fin, si creemos que ya tenemos, hoy, las condiciones para un despegue económico durante el próximo año, es que en verdad hemos entendido poco de despegues económicos.