Pocas vidas y pocas glorias son más tenaces en los anales del teatro que la existencia y la gloria de la divina Sarah, que al cruzar la triste y fría frontera de los 70 años todavía tiene fuerzas y genio para conmover a los nietos de la generación a la que hizo vibrar con su arte juvenil y su fuego dramático.
Lima le aplaudió delirante en noviembre de 1886. Ahora, abuela, mutilada, nevada de ancianidad, pero siempre gloriosa, triunfa en los escenarios de Estados Unidos. Nueva York enloquece por ella.
H.L.M.