La noticia que más revuelo causó esta semana fue, sin lugar a dudas, la derogación de la Ley Pu… perdón, quise decir el reglaje del que ha sido objeto Alan García. Es cierto que parece que la casa investigada quizás no haya sido exactamente su casa, que su hija apareció con un apellido incorrecto en los files y que en las fechas de espionaje Alan habría estado fuera del país, pero alguno que otro error táctico de la siempre misteriosa inteligencia militar peruana no nos debe alejar de lo que a todas luces es el punto central del asunto: ¿qué oscura y jugosa información quería obtenerse del presidente García?
Se ha sugerido que detrás de la operación estaría la intención de descubrir la musa bucólica que inspira sus versos (Y a lo lejos, la ciudad/ la vaca del Nuevo Mundo tiembla sus ubres y pasta/ cantando nanas de adiós). Otros aseguran que el origen de la operación habría estado, más bien, en identificar la fuente de su talante y son, aquel que le permite su conocido y coqueto danzar. Finalmente, aún otros son de la idea de que sería más bien su prosa galante, aquella que –a pesar de los años y otras cargas- derrite aún hoy a más de una joven, la que habría generado celos entre menos experimentados personajes.
Descartado queda, sin embargo, toda motivación política: allí hasta el más necio sabe que la carrera está perdida de antemano.