SOSTIENE MENÉNDEZ
Algunos dicen que Nadine (a quien ciertos filósofos comienzan a llamar, con tono grave, “El Logos” o “La Palabra”) ha precipitado la reciente renuncia del premier cuyo nombre ya no recuerdo. Todo debido a un malentendido sobre un cruce de palabras que nunca existió. Pero son solo cotilleos, intentos por distraernos de lo que importa: primero, que ya estamos aprendiéndonos de memoria la ceremonia de juramentación y, segundo, que la señora Heredia se lució más guapa que nunca con ese vestido en blanco y negro, erguida en ese balcón que cada vez es más suyo.
¿Y cómo despedirnos del premier cuyo nombre ya no recuerdo? Acaso la manera más generosa de hacerle justicia sea asegurándole que, pese a cierta intrascendencia que no dejó de llevar con elegancia, tiene el consuelo de haberse diferenciado de su antecesor (el badulaque cuyo nombre sí recuerdo) en un aspecto esencial: no fue un soplagaitas. Al menos de él no escuchamos defensas indefendibles al gobierno, que solo se amparaban en los términos “víctima”, “fantasía” o “novela”. Y si se me permite reconocerle otra cosa, algo más frívola, ofreció un precioso discurso inaugural (nos prometió pujantes inversiones, profesionalizar el Estado y hacer bellezas en lo que toca a la seguridad ciudadana).
El premier cuyo nombre ya no recuerdo quizá no tenga la suerte de recibir una embajada en Washington. Deberá volver a esa región cuyo nombre tampoco recuerdo para gozar el retiro junto al sol, la tranquilidad, y disfrutando, eso sí, de la nueva voz que parece haber estrenado hablando, finalmente, contra Nadine.