Sentenció Alejandro Toledo, producto de la desesperación. Y con razón. No es poco que periodistas metiches hayan llegado al extremo infame de perseguirlo cámara en mano hasta la Granja Azul y molestarlo mientras comía un pollo con mayonesa (e, imaginamos, mientras tomaba una célebre y alcohólica Virgen Viciosa).
El pobre Toledo no está para esos acosos, especialmente ahora que viene luchando contra el estrés que significa saber que lo único que le falta para ser presidente en el 2016 es solucionar el engorroso tema de Ecoteva de una vez por todas.
Y Toledo sí que ha tratado de resolverlo. Al principio enfrentó el tema con la verdad: las propiedades en cuestión las compró con el dinero que su suegra recibió como reparación por haber sido víctima del Holocausto. Cuando, sin embargo, sus palabras fueron manipuladas y su verdad no fue creída, con la bondad que lo caracteriza, Toledo se empeñó en ajustarla a lo que le pedían las masas. El dinero de su suegra era de un marido millonario del que había enviudado, era un préstamo de un amigo de Toledo, era una inversión de este amigo de Toledo. Finalmente, luego de muchos afinamientos, quedó una versión que, aunque no óptima, al menos debió haber cerrado el asunto: era dinero de una sociedad costarricense, cuyas acciones pertenecían a una empleada de limpieza y a un guardia de seguridad.
Ahora que la verdad está dicha, y que solo queda que el Ministerio Público haga una que otra aclaración, nos unimos a su grito: periodistas del mundo, ¿pueden apagar esa huevada? Toledo dignidad.