El problema con que una camarilla de ciertos economistas y abogados haya secuestrado la representación liberal en el Perú se grafica en el hecho de que es más probable que se indignen por la canchita de los cines que por las revelaciones de Barata.
Saquen el promedio de cuántos tuits y columnas le dedican a cada tema.Todos ellos son del mismo perfil, de los mismos clanes y aulas. Son los hijos y los alumnos de los que, en los 80, dejaron la cancha libre para que la izquierda se apodere de la defensa de la mayor conquista del liberalismo en la historia: los derechos humanos. Los herederos culposos –otros no tanto– de los que en los 90 no dudaron en saltar del Movimiento Libertad a la dictadura de Fujimori.
Por eso es más refrescante que nunca la aparición de “La llamada de la tribu”, esa cartografía del liberalismo que acaba de publicar Mario Vargas Llosa. Se trata, con diferencia, del libro más interesante y apasionante que ha publicado nuestro único Nobel en muchos años. El escritor lo llama “una autobiografía intelectual”, puesto que en ella se reviven –esa es la palabra– las enseñanzas de siete pensadores que forjaron su ideología personal.
El libro ha sido recibido con entusiasmo por toda la derecha del mundo hispanohablante, de la cual es el mayor referente vivo. Salvo en nuestro país, donde se le considera un caviar o un traidor, cuyo último pecado fue –se lo recuerdan siempre– avalar la elección de un velasquista.
Y es que ese es el trauma principal –o deberíamos decir la coartada favorita– de nuestra derecha local: el velasquismo. Así como la izquierda peruana tiene al fujimorismo como excusa para sus posiciones maximalistas (el Frente Amplio sigue insistiendo con cambiar la Constitución), la histeria de nuestras derechas ante el menor asomo de regulación es fácilmente rastreable a Velasco. ¿O ya nos olvidamos todos que esa fue la excusa de la Confiep para apoyar –hasta con publicidad en televisión– a Keiko en la segunda vuelta del 2011? Gracias a Barata, ahora sabemos que esos fantasmas ocasionaron una reunión convocada por Ricardo Briceño con representantes del Grupo Gloria, el Grupo Romero, el Grupo Breca, Repsol, Telefónica y Odebrecht y que, en esa reunión, la megaconstructora brasileña aportó US$200 mil para la candidatura fujimorista.
Un análisis desapasionado de la situación, como el que realizó Vargas Llosa entonces, les habría permitido a estos señores darse cuenta de que Humala no iba a hacer un gobierno chavista, y ni siquiera de izquierda. Puede haber sido corrupto y sin duda fue caótico (aunque no tanto como el actual), pero no iba a ser, como no fue, la pesadilla velasquista que alucinaban. No había necesidad de terminar, a la postre, involucrándose en un escándalo como el desatado por Barata. Pero prefirieron seguir creyéndoles a los que les alimentan sus miedos de siempre, los mismos que hablan del Indecopi como si fuera Fidel entrando en La Habana.
“La llamada de la tribu”, al exponer y valorar las contradicciones del siempre flexible pensamiento liberal, se convierte, en realidad, en un gran alegato contra el dogmatismo de esos sectarios que, cuando se quedan sin argumentos, se refugian en “los principios liberales” (pero luego llaman “ideologizados” a los que no comparten sus dogmas). Si necesitamos que alguien sea profeta en su tierra, ese es Vargas Llosa.