Tras las matanzas de los artistas de la revista “Charlie Hebdo”, muchos nos preguntamos por qué y cómo muchachos franceses de origen musulmán y de aparente buen corazón (siempre los vecinos hablan de la amabilidad y de su corrección) se convierten en terroristas.
El “lavado de cerebros” –esto es, cambiar radicalmente la forma de ver el mundo y actuar sobre él– puede ocurrir en todas las religiones e ideologías políticas (¿recuerdan a Sendero Luminoso?), y sus procesos parecen ser similares en grupos extremistas de cualquiera de estas.
Todos los terroristas son fundamentalistas (se creen los únicos poseedores de la verdad), pero no todos los fundamentalistas se convierten en terroristas. Si bien existen muchas teorías para explicar la transformación de un buen corazón en uno malvado, para entenderla deben combinarse varios elementos.
Los jóvenes que son captados por los grupos terroristas parecen sentir una privación relativa (son franceses, pero la comparación con los “otros franceses” con un horizonte de vida les molesta); o, en su defecto, tienen una muy fuerte necesidad de identidad y de realización personal que no es cubierta por la sociedad en la que viven (pueden sentirse marginales, maltratados o sin un proyecto personal plausible, a diferencia de la generación de sus padres). ¿Esto puede cambiar con el rechazo del multiculturalismo (permitir que cada grupo exprese públicamente su cultura)?
Curiosamente, a través de Internet o del contacto con grupos de pares, estos jóvenes son captados por las organizaciones terroristas –especialmente en los inicios de la juventud– cuando aún no han consolidado su identidad adulta.
Los jóvenes desencantados entran en contacto con grupos terroristas que les sirven de anclaje emocional (ellos sí los aceptan y les dan un sentido de vida), proponiéndoles que la violencia es un acto altruista y moral porque esa violencia los convierte en seres éticamente superiores.
Las ideologías fundamentalistas y violentas son consideradas por los jóvenes terroristas como una justificación de sus actos, a la vez que deshumanizan al “otro”; es decir, al que no cree en lo mismo que ellos, convirtiéndolos en enemigos que deben ser destruidos.
Los terroristas no dudan de sus ideas, ven el mundo sin matices, dudas ni cuestionamientos. Los terroristas que atacaron las oficinas de “Charlie Hebdo” sentían que cumplían su deber más excelso sin culpa y con gran convicción, pues para ellos los valores occidentales de la democracia o libertad de expresión no tienen sentido. Sus viajes de entrenamiento parecen muy eficaces.
Para evitar que corazones buenos sean convencidos de una nueva visión violenta del mundo donde todos son enemigos y donde no existen adversarios con los que se puede dialogar, habría que estudiar qué tipo de jóvenes son fácilmente entrenados para cometer actos terroristas y trabajar para que las democracias resulten más atractivas, en el sentido de que las sociedades en las que viven los acepten y les den oportunidades y derechos (en la práctica) similares a los de los ciudadanos originarios. Todos somos “Charlie Hebdo”, porque podemos discrepar o aceptar sus portadas obscenas e irreverentes, que no necesariamente nos agradan.