Mi amigo Fernando y yo veíamos bailar reguetón en una reunión familiar cuando se nos acercó el flamante novio de una sobrina. No sé si nos conquistó su desparpajo o las cervezas que nos trajo.
Al rato, no recuerdo por qué, Fernando mencionó la redondez de la Tierra y el jovenzuelo nos preguntó cómo podíamos estar seguros de que la Tierra era esférica.
Intercambiamos risas, qué chico tan gracioso, pero él prosiguió: “¡No, hablo en serio!”.
“No sé… –titubeé– ¿será por los últimos 600 años de ciencia y viajes acumulados?”.
Fernando me apoyó: “¿No has visto las imágenes de la NASA?”. El chico refutó: “¿Y quién nos dice que esas imágenes no son trucadas?”.
“¿No has visto –le pregunté– que desde un avión ya puedes distinguir algo de curva en el horizonte?”. “Es que la Tierra es plana –nos explicó con las manos–, con una ligera curvatura”. “¡Ah, como un lente de contacto!”, se burló Fernando.
“¡Exacto! –celebró el chico–. Además, ¿por qué no hay vuelos que cruzan el Pacífico en el hemisferio sur?”.
Yo no sabía a qué se refería con eso hasta que, días después,lo averigüé en el video de un terraplanista gringo. Yo solo atiné a responderle: “¿Y cómo así acabo de comprar un pasaje Lima-Santiago-Auckland?”. El chico soltó una carcajada, dijo que todo había sido una broma y se interesó por mi viaje. Pero su vehemencia había sido elocuente.
Hace pocos días fui testigo de un ardor semejante.
Me habían invitado a Canal N y en el estudio me antecedía una vocera de “Con mis hijos no te metas”. Con estos oídos escuché a la señorita denunciar, muy seriamente, que existe una ideología de género aplicada a nuestro currículo escolar y, para demostrar su temor de que nuestros niños fueran homosexualizados en las escuelas, habló de “hechos científicos comprobados”. De niños a los que se les había cortado el pene en Chile. Y de un reportaje de la BBC sobre un trastorno de confusión de sexo que sufren los niños bajo ese enfoque. Como yo no estaba al aire pude usar mi buscador para informarme sobre tales casos, pero no los encontré. Y en casa, con más calma, tales pruebas también me fueron esquivas.
La ignorancia atrevida –o interesada– siempre ha existido: lo que faltaban eran las plataformas para transmitirlas exponencialmente. Si hoy existe un auge de terraplanistas y antivacunas, las redes como You Tube han sido determinantes: decore usted un discurso disparatado con gráficos que parecen serios y fuentes que simulan ser reales y le será fácil penetrar en millones de mentes sin formación lectora o científica. Esas mentes encontrarán en el discurso antilógico una excusa para sentirse diferentes, osados, héroes de la resistencia. O para sentirse respaldados por una falsa teoría que les permita ejercer sus prejuicios.
¿Cómo frenar esta marea? Los medios tradicionales, hasta ahora, parecen mantenerse al margen.
Lo que necesitamos es más ciencia en nuestras escuelas. Más ciencia y menos religión. Más libros y menos youtubers. Y que cuando nuestros maestros enseñen esa ciencia utilicen, al menos, las mismas estrategias narrativas de esos youtubers. Nuestros hermanos menores, hijos y nietos no merecen menos. Un terraplanista en una fiesta es anecdótico. Pero alguien que usa la seudociencia para atentar contra una sociedad más justa, es un peligro.