En vacaciones no puedes huir del Perú. Lo llevas dentro. En cada cosa que te pasa, haces la inevitable comparación con cómo se trabaría o cómo se resolvería aquí.
Al grano. Tras estar en Chile, EE.UU., Canadá y México, mi primera impresión: padecemos una institucionalidad de débil intensidad pero con sobreideologización del debate público. Estamos muy selectivos para amar y para odiar; y esas emociones extremas frenan la agenda de desarrollo y de lucha contra la corrupción, a pesar de que tenemos recursos para avanzar. Los ‘nakers’ hoy son ‘Carhuancho y Pérez lovers’ que olvidan que la reforma de la justicia pasa, incluso, por encima de esos caballeros. El otro bando construye sucesivas teorías de complot y golpe caviar mientras saluda el triunfo de Bolsonaro en Brasil, olvidando que el juez Moro estuvo en medio de todo eso. Vizcarra sigue surfeando con su referéndum sobre estas olas emotivas sin mostrar sus armas de reforma y reactivación, si las tiene.
En EE.UU. el trumpismo, con todo lo altisonante y provocador que es, no ha roto principios elementales de convivencia. Trump es radical alardeando en futuro, como muchos políticos; pero en presente no cruza líneas sin retorno. Aun si EE.UU. se cerrara con candado, sientes que dentro hay una pluralidad que retroalimenta, como su economía, a una férrea institucionalidad. Las elecciones parciales del 2018 se han vivido con una serenidad impresionante.
La Canadá de Trudeau puede resultar, para muchos, un paraíso caviar. El rollo de género, diversidad y sostenibilidad es ostensible. La apertura a negociar tratados y estándares compartidos es, también, mucho mayor que la de su único vecino de frontera. Pero la institucionalidad –salvando peculiares regulaciones y áreas estatizadas– es similar.
Para qué irse lejos. Chile nos puede dar muchas lecciones comparativas. Fui invitado por su embajada en Lima a un encuentro con colegas chilenos y a una rueda de conversaciones con ministros y congresistas, incluyendo a la vocera del gobierno, Cecilia Pérez. La alternancia bipartidista (en realidad, ‘bicoalicionista’) que han logrado entre derecha e izquierda, sin alejarse del centro, les da ese equilibrio para abordar sin rasgarse las vestiduras los grandes temas de género, migración, reducción de pobreza o ambiente. Oír de todo eso a Pérez o al ex líder empresarial, ex canciller y hoy ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, sin sentirse obligados a precisiones ideológicas sobre tradición, familia y propiedad da envidia.
Tenemos que recobrar el equilibrio para atacar la agenda que importa. La economía –acabo de leer las recomendaciones de Porter y equipo– se frena por la estupidez de no reconocer que la ideología nos paraliza.