Los árboles dejan grabados en sus troncos la historia de sus vidas. Según Santiago Beruete, filósofo español enamorado de los jardines, en el número de círculos concéntricos que se observan en los troncos de un árbol viejo se puede contar su edad. En cambio, el tamaño de las circunferencias y sus tonalidades dan cuenta de las condiciones climatológicas que soportó, los fenómenos geológicos de los que ese enorme espécimen fue testigo. Mucho antes de que los hombres pobláramos la Tierra, los árboles ya estaban acá. Siglos antes de que desarrolláramos la escritura, ellos ya escribían con perfecta y redonda caligrafía la historia de un entorno al que cada vez, parece, nos empeñáramos más en destruir.
Pero hoy no vamos a centrarnos en todo lo que nos pueden enseñar las plantas, para eso les recomiendo leer a Santiago Beruete. Pueden elegir cualquiera de sus dos libros: “Verdolatría” o “Jardinosofía”. No aprenderán a regar un helecho y probablemente, como a mí, se les sigan muriendo los cactus, pero lograrán mirar la naturaleza con otros ojos.
Cuando uno visita Yungay, por ejemplo, y se encuentra con las tres palmeras que sobrevivieron al alud de 1970, nos damos cuenta de nuestra pequeñez, de nuestra futilidad. Y deberíamos ser capaces de reflexionar cómo nuestra inconsistencia nos ha convertido en seres que, en lugar de acumular la memoria en nuestros huesos y la historia en nuestra sangre, somos propensos a olvidar con facilidad quiénes somos y todo aquello por lo que hemos pasado. Un chico de 5° de secundaria que llega a Áncash y se toma un ‘selfie’ debajo de una de las palmeras para colocarla en su ‘Face’ es una anécdota. Esa misma palmera, que ha dejado sus raíces sobre los cuerpos de más de 60 mil almas, es una contundencia.
Y es esa falta de memoria, ese desconocimiento de lo que pasa a nuestro alrededor, lo que nos hace dar círculos sobre nuestra propia miseria. No prestamos atención, no nos detenemos a mirar, no sopesamos un hecho y dejamos, por flojera o por exceso de información inútil, que nos mientan en nuestra cara, que se burlen de nosotros.
Los ciudadanos gritaron en calles, plazas y redes que se fuera este Congreso al que consideraban corrupto. Y a pesar de ese reclamo válido, de esa exigencia cargada de ira, están otra vez, agazapados en las listas, los corruptos, los sinvergüenzas, los que se burlaron de sus electores, los que quieren hacer de la política un show.
Si los partidos los colocan ahí, es porque están convencidos de nuestra incapacidad de recordar. Porque siguen creyendo que al ciudadano se lo trata como un idiota. Pero no tiene por qué ser así. Tal vez va siendo hora de salir a dar una vuelta, apoyarnos en un árbol viejo y abrazar esa sabiduría silenciosa. Tal vez ya va siendo tiempo de que nos quedemos parados con la contundencia de una palmera que nunca olvidará el día que sobrevivió a la ferocidad del lodo, a la mugre y al fango.