“Al congresista Miguel Torres le faltan pantalones” ha dicho ayer Patricia Donayre. “Tenemos los ovarios bien puestos”, dijo tiempo atrás la procuradora Katherine Ampuero. En ambos casos, nuestras distinguidas féminas aludían –¡no digan que no!– a los huevos de los peruanos. Y como los huevos forman un mismo paquete de orgullo patriarcal junto al pene, he aquí que, por lo menos en ese par de escenas, Patty y Kathy se comportaron como mujeres fálicas.Esto no es la ideología de género que está de moda, esto es psicología y política clásicas. Puro Freud. Hay hembras llamadas fálicas porque anhelan para sí el poder y las prerrogativas especiales que la sociedad otorga a los hombres; y delatan su deseo y su furia –la psicología es así de dialéctica– con ironías a nuestras pequeñas diferencias.
Cabría esperar que en espacios sociales donde se ha avanzado en estándares de igualdad, la simbólica envidia del pene se diluya, y las mujeres se empoderen en su chamba con los rasgos distintivos de su propio género, sin reivindicar nada del ajeno. Pero resulta que cuando Patty exige pantalones a Miki, da a entender que ella, Keiko y Úrsula entre otras féminas ante cuyas consignas él se rinde; sí los tienen. Kathy fue más directa. ¡Los tiene bien puestos!La política siempre ha sido territorio fértil para estas alusiones fálicas. El poder viene con protocolo, franeleros, ayayeros, formas de ser y de decir que han forzado a muchas mujeres a jactarse de una dureza masculina. No se tome esto por un comentario impertinente sobre la sexualidad de estos personajes, que en eso no osaría meterme. Hablo de sus conductas y discursos públicos, de la imagen que proyectan en las entrevistas, en las comisiones televisadas, en los Pasos Perdidos ante el enjambre de cámaras.
Quizá exagero y lo de Kathy y Patty fueron dos impromptus que no bastan para adjudicarles la conducta de mujeres fálicas. Estamos en una época de transición a la igualdad de oportunidades, donde hombres y mujeres solemos mezclar viejos códigos de caballerosidad con nuevos códigos de trato igualitario. Por ejemplo, no osamos ‘alzar la voz a una dama’, como si fuera una frágil criatura que requiere cuidados especiales; mientras otra nos reclama ‘huevos’, como si tuviéramos que pesarlos en cada circunstancia decisoria.Hace poco llené un cuaderno de quejas porque la administradora de una tienda Metro me dijo: “Usted está maltratando a una dama”, luego de reclamarle, enérgico, que pusieran más cajas a disposición del público. Le repliqué que me importaba un pepino que fuera mujer, que yo defendía mis derechos de consumidor con la misma energía ante hombres y mujeres. Espero que Miki sea respondón y ayude a poner orden e igualdad en la fálica bankada.