Ocurrió mientras esperaba la aparición del A22.
Luego de sonreír con un par de segmentos de cámara escondida que aparecieron en la pantalla del banco, vi que empezaba un video musical. Al ritmo de un cajón y de una quijada aparecieron varios cantantes peruanos calentando ante el micrófono. Algunos, como Anna Carina, le sonreían a la cámara; otros, como Raúl Romero, hacían muecas. De pronto empezó la melodía. No estaba mal, en verdad. El Chino Figueroa nunca decepciona en esas lides.
Lo malo vino con el nombre de la canción y con la letra.
En las letras pequeñas, abajo, apareció: “Cuida al Perú- Varios artistas”.
¿En serio? –pensé–. ¿”Cuida al Perú”?
Eva Ayllón cantaba que aquí siempre sale el sol, Dina Páucar entonaba que es un país “con costa, sierra y selva / donde todo es mejor” y yo me decía que si entre las imágenes aparecía ondeando una bandera blanquirroja lo mejor sería que entraran Los Injertos a liberarme de esa metralla de lugares comunes.
El Perú es un país donde no se cultiva el misterio ni la lectura entre líneas. Al menos, no cuando se trata de conmover o persuadir. Casi todo es literal en la mayor parte de nuestra publicidad, de nuestras teleseries, de nuestras películas y hasta de nuestras canciones. Cuando un actor hace un gesto de miedo en la pantalla, ¿qué es lo siguiente que dice? Pues que tiene miedo. Cuando un grupo de artistas quiere crear conciencia sobre nuestro país como reserva de la biodiversidad, ¿qué frase interesante pone en juego esta idea? “Cuida al Perú”. Cuando los jerarcas de las organizaciones públicas se imaginan un símbolo gráfico que acompañe el nombre de su institución, ¿qué logotipos son los que aparecen en los membretes? Los que tienen el mapa del Perú.
–Somos la Agencia Peruana de Promoción de la Innovación, ¿alguna propuesta para nuestro logo?
–Pongamos un mapa del Perú y una “I” adentro, a la altura de Huánuco.
–Aprobado.
Dime qué adultos tiene tu sociedad ahora para decirte cómo fue la educación de tu país hace veinte años. Es claro que el Perú de fines del siglo XX fue el país de la precariedad rampante, y aunque esa condición subsista hoy en nuestras prácticas institucionales, por lo menos deberíamos estar atentos a que en nuestras escuelas y en nuestras casas los niños sean cuestionados ante lo básico que puedan ser sus estímulos. Usted mismo, en su casa, puede hacer el ejercicio. Preséntele a su hijo, nieto o sobrino la foto de un personaje que sonríe y pregúntele qué siente ese señor. Si el niño le dice lo obvio, cuestiónelo. ¿Y si el señor está mintiendo? ¿Y si esconde un secreto? ¿Y si solo le pagaron para sonreír? Este es el mismo ejercicio que hace la buena literatura cuando presenta personajes entrañables que pueden ser tan heroicos como mezquinos, o lo que hace el arte cuando se aleja de las imágenes altamente comestibles y nos coloca ante marejadas contradictorias o incómodas. Una sociedad que crece rodeada de cosas obvias siempre producirá cosas obvias. Y los artistas, los científicos, los fabricantes y los intelectuales que le ofrecen al mundo transcripciones literales de lo acumulado hasta hoy quedan relegados al fondo de lo deseable.
O al aburrimiento de una sucursal bancaria, por lo menos.