La ciencia económica tuvo su día. Eso sí, fue un “día” impresionante en el ring de la política. Apareció en el Perú en los años sesenta y en medio siglo terminó barriendo con las teorías de otras disciplinas académicas. El meollo de esta ciencia fue un par de reglas, respetar el mercado y controlar la emisión de dinero, una ortodoxia ya incuestionada. Pero esas reglas se quedan cortas para las enfermedades sociales del nuevo milenio. Más y más recurrimos no al economista sino al psicólogo.
De evidencia están los premios Nobel de Economía otorgados en este milenio, de los cuales un tercio fue recibido por psicólogos o “economistas del comportamiento”. Están también los bancos centrales, catedrales de la economía, pero que hoy se preocupan menos del control contable de la emisión monetaria y más del manejo psicológico de las expectativas inflacionarias. Los empresarios, por su lado, acuden más y más a los psicólogos para tecnificar el antiguo arte intuitivo de enamorar al cliente, y también para descubrir los sesgos cognitivos que reducen la efectividad de sus trabajadores. En el caso del arte de la gobernanza, la psicología siempre ha jugado un papel central, pero hoy los políticos recurren a metodologías más sofisticadas para influenciar a la población, incluyendo las artes malsanas de la manipulación a través de los medios y redes sociales.
Hasta los abogados empiezan a explorar la realidad mental de su propia comunidad, como lo demuestra la reciente compilación “Análisis psicológico del derecho” publicada por Alfredo Bullard y José María de la Jara. El libro es una exploración de la psicología de abogados, jueces y árbitros. Faltaría explorar los sesgos escondidos de los funcionarios que interpretan y aplican las leyes, creando así un derecho de facto que nace en las entrañas psicológicas, por ejemplo, del policía, el funcionario municipal o la enfermera del SIS.
¿Cómo explicar esta explosión de interés en la psicología? Una razón serían los avances de esa ciencia en años recientes, en particular por los descubrimientos de la neuropsicología. El psicólogo de hoy tiene más que ofrecer. Otra razón sería el desarrollo económico. El pobre no tiene margen para demandar más que los productos básicos para la sobrevivencia. Es cuando sale de la pobreza que puede empezar a darse el gusto de un consumo más variado, de mayor calidad, hecho a la medida, de mejor apariencia, más atento a la moda, y con menos esfuerzo de compra o preparación. El productor, entonces, empieza a acudir a la ayuda profesional del psicólogo para estudiar su mercado.
En tercer lugar, menos pobreza y más participación política han significado un salto en las capacidades y en el empoderamiento del individuo, pero han contribuido al mismo tiempo a una multiplicación de patologías sociales. La facilidad de la comunicación y del movimiento personal han erosionado la familia, la religión, la comunidad y los partidos políticos, estructuras que contribuían al control social. Hoy, casi todo el peso de ese control recae en gobiernos poco conectados con la población. Tanto en los barrios de Lima como en pequeñas comunidades del interior, la libertad individual inusitada ha complicado el trabajo de los gobiernos en el mantenimiento del orden. Más que otras disciplinas, la ciencia de la psicología podría ser nuestro principal aliado en la búsqueda de soluciones para recuperar el orden en la vida colectiva.