Mientras te horrorizas porque a Fabiana, en Arequipa, la bestia de su marido la ha dejado casi ciega al atacarla con un taladro, le pegas un grito a tu mujer, frente a tus hijos, porque te acaba de servir la sopa medio fría.
Mientras escribes absolutamente escandalizada, en algún muro del Facebook, que ninguna mujer debe ser violentada sexualmente y que la culpa nunca es de ellas, comentas en tu grupo de la clase sobre la zorra esa que le quitó el marido a tu vecina; e insistes en que las mujeres son todas unas putas vivazas y los hombres unos candelejones incautos.
Mientras cargas tu cartel de Ni una menos, llenas tu muro de mensajes antiviolencia y te apuntas a toda clase de colectivo virtual o real, haces que tu hija se cambie la falda antes de salir porque está muy corta, y le exiges que tienda la cama de su hermano.
Mientras cambias de canal, horrorizado, para no escuchar la historia de Thais, que llegó al hospital Honorio Delgado con la cara morada y el brazo fracturado a golpes, wasapeas con tu amigote de la oficina, ese que todos saben que le pega a su mujer, para tomarte unas chelas más tarde.
Mientras miras mal al enamorado de tu hermana cuando viene a recogerla, y le dejas claro que pobre de él que le haga algo malo, le pones los cachos a tu chica con su mejor amiga, le controlas el teléfono todo el día y le haces un escándalo si la llaman de un número que no conoces.
Mientras dedicas largos informes en tus periódicos y noticieros para defender la integridad de las mujeres e iniciar campañas contra la violencia, permites que en la página web de tu medio se publiquen comentarios denigrantes y sexistas contra las protagonistas de esas y otras noticias.
Mientras le explicas a tu hijo, camino al colegio, que a las mujeres se les respeta, tuiteas en el semáforo “vieja mal cachada” en respuesta al comentario de esa periodista que te cae quáker.
Mientras te llenas la boca defendiendo la igualdad que debe existir entre mujeres y hombres, te lanzas un raje descomunal contra esa mamá de la clase que se engordó cinco kilos y pronosticas que la dejará el marido (un calvo panzón) por haberse descuidado de esa manera.
Mientras miras horrorizada cómo un hombre quemó y mató a su ex pareja en Tarapoto por no querer volver con él, te acuerdas que tienes que llamar a tu hermanito querido, ese que no soportó que su mujer lo dejara y por eso le ha quitado a los hijos y la llama para insultarla todos los días.
Mientras crees que contigo no es el problema, que los violentos son los otros, lees esta columna pensando: “Qué pesada esta cojuda, otra vez fregando con el mismo tema”…