Los chicos cambian de un día para el otro. Veamos nomás el caso de Kenji Fujimori. Unas semanas atrás, a pesar del escándalo en el que estaba envuelto por los ‘mamanivideos’, amenazó de manera poco velada a su hermana diciendo que sería testigo en los casos que fuese necesario para demostrar “quiénes son los corruptos”. Pero poco después colgó en las redes una foto en la que aparecía junto a su padre en una escena campestre, acompañada de un mensaje en el que, entre otras cosas, apuntaba: “Pienso en mi próximo sueño: agua y bosques en los andes del Perú, para ello no necesito ni ambiciono poder político”. Y luego, al asistir finalmente a la fiscalía para declarar sobre los presuntos nexos entre Odebrecht y la campaña fujimorista del 2011, demostró que no solo a las cámaras ocultas del congresista Mamani se les puede dañar la memoria.
Clave monse
¿Qué ocurrió? ¿Cómo así mutó de pronto de aspirante a superhéroe a impostado pastorcito? ¿No era que sus sueños tenían que ver con asuntos como el retorno a la bicameralidad o “defender los derechos fundamentales de las personas a las libertades que la Constitución reconoce” (es decir, causas para cuya promoción definitivamente se necesita poder político)? ¿Y los corruptos? ¿Estarán escondidos detrás de los árboles en los bosques que ahora pueblan sus devaneos nocturnos?
Tentadora como es, esa hipótesis no alcanza para explicar a qué obedece esta brusca disposición suya a asumir un nuevo avatar que prácticamente lo muestra como una versión masculina y andina de la bucólica ‘Heidi’ (la niña de los alpes). Mucho más convincentes se nos antojan, en realidad, las interpretaciones del episodio surgidas en estos días que hablan de un mensaje encriptado para anunciarle a la hermana que capitula sin condiciones, que le ofrece retirarse de la política a cambio de salvar lo que pueda ser salvado: la condición de congresista hasta el 2021, la libre circulación en el futuro inmediato, un cachito de dignidad… ¡Lo que sea!
El problema, no obstante, es que Keiko no parece darse por enterada ni de la bandera blanca con la que Kenji prácticamente le baila marinera al lado, ni de la llamada de auxilio que le está transmitiendo en su particular ‘clave monse’. No es que le haga falta conversar con él (porque, como siempre hemos dicho aquí, si conversar no es pactar, pactar sin conversar es perfectamente posible), sino que no daría la impresión de estar distinguiendo ganancia alguna en sacarle siquiera algunas castañas del fuego a su hermano.
Es verdad que, días atrás, después de recordar que su situación legal es “bastante complicada” y lamentar que “no haya aprendido de las situaciones que tanto dolor causaron a nuestra familia y nuestro país”, dijo sobre el otrora chico terremoto del fujimorismo que no quiere “hacer leña del árbol caído”. Pero, en última instancia, ¿cuánta leña puede obtenerse de un bonsái ya sin savia?
No deja de resultar irónico, sin embargo, que gracias a todo esto estemos a punto de averiguar si Barata tenía razón en lo que afirmó sobre Keiko. Por lo menos en lo que concierne a aquello de ser “fría y distante”.
Esta columna fue publicada el 21 de abril del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.