Hasta hace pocos días –quizás horas- el coronavirus era para Donald Trump un "fake news” difundido por los medios de comunicación. Anoche, el presidente de Estados Unidos tuvo que tragarse sus palabras y aparecer en cadena nacional para informar que todos los vuelos desde Europa (a excepción del Reino Unido) a Estados Unidos quedaban suspendidos por el avance del virus.
Aunque él mismo aún no lo crea, ni el mandatario más poderoso del mundo puede oponerse a los hechos. La letalidad del COVID-19 es menor a la de otros virus, pero tiene un efecto devastador en los sistemas de sanidad y las economías de los países. La labor de los gobiernos deber estar orientada a contenerlo o ralentizar lo más que se pueda su propagación.
En tal sentido, ha hecho bien el Gobierno en suspender las clases en los colegios porque los niños no solo pueden contagiarse, sino que son vectores eficaces para llevar la enfermedad a sus padres y demás parientes, entre ellos los más vulnerables a este mal: los adultos mayores.
Algunas universidades han anunciado medidas similares. Se espera que los organizadores de conciertos, el campeonato profesional de fútbol (debería jugarse sin público), la Iglesia Católica –ahora que la Semana Santa está a la vuelta de la esquina- y otras actividades multitudinarias hagan lo propio en salvaguarda de la integridad de sus seguidores.
Desde Canatur, el gremio del sector turismo, se han quejado por el anuncio presidencial de aislar a las personas que lleguen de España, China, Italia y Francia. Van a perder US$500 millones, dijeron.
Al momento de escribir estas líneas, el número de personas afectadas por el coronavirus llega a 17 , una de ellas en estado grave. Quizás en Canatur crean que solo cuando estemos en una situación parecida a la de Italia o España sea necesario tomar alguna medida tan agresiva.
Quizás solo baste con recordarles que la vida vale más que el dinero.