Mientras no termine de aclararse el origen de los incendios forestales que han tenido lugar en las últimas semanas, no puede descartarse que sean consecuencia del accionar humano. Pero esto es muchas veces olvidado para dar espacio a aquello que agrava sus consecuencias: la sequía, los vientos, el cambio climático. De hecho, el 23 de noviembre, la ex candidata presidencial Verónika Mendoza publicaba en su cuenta de Facebook un encendido mensaje, que no consideraba la acción humana como posible origen de los incendios y, por el contrario, cargaba sus tintas en otros frentes. “¿Dónde está el presidente? Espero que liderando las acciones de control. Urge que todas las entidades competentes estén en el máximo nivel de coordinación y despliegue logístico para detener el fuego. Este es el resultado del cambio climático que se expresa en sequías largas e intensas, de la nula planificación en el Estado y del abandono de sector rural”, se quejaba Mendoza. Entre quienes intentan explicar las causas de los incendios, existen dos grupos: aquellos que creen que fueron causados por la naturaleza y los que lo atribuyen a la mano del hombre. William Martínez, del Refugio de Vida Silvestre Laquipampa, está en el primer grupo. Entrevistado por Mongabay Latam, se refiere “a la variabilidad climática”, indicando que “provoca que cualquier fricción o caída de un árbol cause un incendio forestal a nivel natural”. El alcalde de Cutervo, Aníbal Pedraza, en cambio, lo atribuye al accionar de agricultores que buscaban llamar a las lluvias, según declaraciones brindadas a la misma fuente. Esta práctica, muy extendida en varias zonas de los Andes, puede tener algún sentido en los valles agrícolas, donde se le da una finalidad adicional: limpiar la tierra; pero en zonas cercanas a extensos bosques es, literalmente, jugar con fuego. Cuando el fuego se apague, debería encenderse el debate en torno a las actividades económicas en los distintos espacios geográficos. Se suele crear una falsa dicotomía entre agricultura y minería, cuando existen espacios, como estos frondosos bosques, en que la agricultura ha tenido una nociva presencia, poniendo en riesgo otro gran potencial del país. La única certeza tras la extinción del fuego será la existencia de un nuevo frente de intranquilidad social. Según agencias gubernamentales (El Comercio, 25.11), el fuego ha afectado a 13 regiones. Solo en Cajamarca se estima que son 3 mil damnificados, sin contar el impacto en flora y fauna. Harían bien las autoridades de todos los niveles en estimar los daños y valorar los impactos no solo económicos, sino también políticos y sociales. Cuando el indeseable fuego de troncos termine, que el desinterés no vuelva a instalarse.
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