Poco tiempo antes de morir, el narcotraficante de mayor poder en el Perú fue confinado en una gélida celda del penal de máxima seguridad La Capilla, en Puno. Lucio Enrique Tijero Guzmán entró allí después de varios periodos en otras cárceles, algunas situadas sobre los tres mil metros de altura. Tenía 70 años, 22 de los cuales estuvo preso en cumplimiento con la pena máxima que le ordenó la justicia.
Minado por la cirrosis y una infección renal, los días finales de Tijero parecían signados por el cruento destino que carcome lentamente a los criminales recalcitrantes. Pese a sus males Tijero era un “reo en regresión”, es decir, que estaba reñido siempre con las normas disciplinarias en las prisiones que ocupaba. Ello le costaba continuamente ser derivado a una, cada vez, más aislada.
Los reclusos de La Capilla llaman a este penal ‘El Infierno’ porque las temperaturas caen a niveles extremos. En medio de ese cautiverio, el hombre que caminaba con Pablo Escobar en interminables negocios, y que alquilaba pistas clandestinas a Demetrio Chávez ‘Vaticano’ para su despegue en el narcotráfico, aún anhelaba recuperar las casas y autos que le eran embargados y rematados. En el hospital Carlos Monge de Juliaca pasó 13 días de agonía y pereció a las 6:15 a.m. del pasado 26 de octubre. ¿Quién fue el siniestro Lucio Tijero? Esta es su historia:
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Lucio Tijero falleció a los 70 años. Estuvo preso en el penal de Juliaca. (Foto: Ojo)
-La selva tomada-
‘El Ingeniero’ tiene todo arreglado, pero pasa el tiempo y ya anda impaciente. Su equipo, el Capitán Clavero de Iquitos, pierde 1-0 ante el tarapotino Deportivo Cali que juega en su tierra. Son instancias decisivas de la Copa Perú versión 1984. En el Estadio Municipal Carlos Vidaurre, una masa aurinegra se alista para celebrar el pase a la etapa final del torneo: la finalísima le llaman. En la cancha, resta tiempo suficiente para que el árbitro fuerce un penal para la visita y termine el lance. Así lo hace. La Policía echará mano de gases lacrimógenos para disuadir al vendaval de hinchas locales que invade el césped seco y que maldice la eliminación. ‘El Ingeniero’ respira sosegado, al fin.
Aquel era Lucio Enrique Tijero Guzmán ‘El Ingeniero’. El hombre que para la primera mitad de los 80 decidía todo en la selva. Había amasado una fortuna que le permitía comprar policías, fiscales y jueces, a su antojo. ¿Qué malpagado árbitro del 'fútbol macho' le hubiera hecho ascos a su billetera? Controlaba el nombramiento de autoridades, y tenía de su lado a dueños de botes y motokarristas, pues los proveía de combustible en el servicentro que construyó en el corazón de Loreto. A la población futbolera de esta región, empleada o no, la mantenía entusiasta con el camino firme a primera división del equipo que presidía: el Capitán Clavero. Todo ello, merced a las ingentes cantidades de droga que enviaba por río y tierra a Leticia, Colombia.
No existía posibilidad aparente de que cayera por una delación, y eso lo tenía seguro. Tumbesino de nacimiento, Tijero llegó a Iquitos tras abandonar la carrera de Ingeniería en Lima. Fue técnico petrolero aunque desde entonces ya ejercía, en silencio, el tráfico ilícito de drogas. Logró así monopolizar la compra de pasta básica de cocaína (PBC) en Loreto, Huánuco y Ucayali. Pronto, sus avionetas se apropiaron del espacio aéreo amazónico, así como de las pistas que improvisó sobre antiguas zonas de selva virgen para despegues y aterrizajes clandestinos. El destino de las naves eran siempre Caballococha y Leticia. Ya en conexión con el Cártel de Medellín allí, se empoderó del 80% de la producción de PBC en ambas ciudades y logró establecer una ‘sociedad de intercambio’ con Pablo Escobar y su organización.
En más de 15 años dedicados al negocio ilegal, ‘El Ingeniero’ había culminado la construcción de un gigantesco laboratorio donde elaboraba aproximadamente dos toneladas de droga al mes. Estaba en la cabecera del río Nanay-Pizana, en Iquitos, totalmente fortificado por asesinos a sueldo. Este inaccesible punto era el único dato concreto que un grupo de agentes de la DEA tenía sobre Tijero. Para acceder y confirmar que se trataba del primer gran fortín de producción de droga, los investigadores tuvieron que infiltrarse como campesinos durante cuatro meses. Casi al final de las pesquisas detectaron que ‘El Ingeniero’, por fin, se alistaba para trasgredir sus dominios.
-Primera captura-
En Lima, personal de Inteligencia supo que Tijero iba a confundirse con los barristas del Clavero, en la tribuna Occidente del Estadio Nacional. Su equipo jugaría por el ascenso a primera división. Era diciembre y se sentía confiado. A unos 30 metros de él, sin embargo, los agentes encubiertos confirmaban que el narco estuviera desprotegido para iniciar una operación veloz. A dos minutos del final del encuentro, cuando los espectadores estaban de pie imprecando al juez, ‘El Ingeniero’ fue sacado a empellones. Al mismo tiempo, en Iquitos, la Policía allanaba el laboratorio y detenía a sus cómplices.
Seguro de sus esbirros en el Poder Judicial, Lucio Tijero cerró su defensa en que solo era un contrabandista con salud deteriorada. El mes que estuvo detenido permaneció en una clínica de Lima. Nunca estuvo en una celda. En la comodidad de una cama reclinable supo que el entonces Segundo Tribunal Correccional había ordenado excarcelarlo por `falta de pruebas’, aun sin un juicio oral. Años más tarde, el mismo ‘Ingeniero’ confesará que la liberación le costó medio millón de dólares, destinados al presidente de la sala, Carlos Hermoza Moya, quien posteriormente llegó a ser ministro de Justicia (1996-1997).
La Policía peruana perdió el rastro de Tijero hasta que el 15 de julio de 1987 las autoridades norteamericanas lo capturaron en Miami. El narco pretendía ingresar por esa ciudad un cargamento de 535 kilos de cocaína. Lo sentenciaron a 25 años de cárcel, pero solo cumplió seis de condena. Hacia 1993, la justicia de Estados Unidos lo dejó libre por delatar el paradero y actividades de cuatro capos del narcotráfico internacional. La DEA atrapó a los sindicados por Tijero –tres colombianos y un peruano- pero nunca reveló sus nombres. Pese a estar advertido de no reincidir, restableció sus siniestros contactos en Miami y desde ahí empezó a dirigir una red internacional que contrataba mujeres ‘burriers’ para llevar clorhidrato de cocaína del Perú a Estados Unidos.
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'El Ingeniero' logró su liberación en EE.UU. tras delatar a cuatro capos de la droga.
-Caída final-
Tijero cimentaba de nuevo su jerarquía perdida en el negocio de la droga, pero estaba desprotegido. Entonces, las amenazas de las mafias que había descabezado con su confesión a la DEA lo obligaron a refugiarse en el Perú, donde potenció sus operaciones. Aquí, a través de una agencia de aduanas recibía fuertes montos por las remesas de droga que continuaba enviando a Estados Unidos. Además el lugar le servía para acondicionar los equipajes de al menos 500 ‘burriers’ ya a su servicio. Consiguió, luego, la adhesión a su red de empresas exportadoras de conservas y compañías frigoríficas para el traslado de cargamentos de cocaína. ‘El Ingeniero’ buscaba copar el mercado del narcotráfico en Estados Unidos durante la Copa Mundial de 1994 y para ello sumó a su red decenas de portadores de VIH, urgidos de dinero.
Cuando había llegado a facturar casi un millón de dólares al mes, la Policía descubrió 36 kilos de cocaína en conchas de abanico, que su organización trataba de mandar a Miami. Una semana después cayeron dos jóvenes españolas con 6 kilos de la misma droga. Desde ese momento, los agentes de la Dirandro trazaron un plan que culminó el 18 de agosto de 1994. Ese día, Tijero fue arrestado dentro de su fastuosa vivienda de la avenida Velasco Astete, en Surco. No escondía estupefacientes ahí, pero sí armas, una agenda con cientos de mensajes en clave y nombres de sus principales contactos, así como 130 videos. “Soy un informante de la DEA”, repetía en su defensa. En otra de sus casas, situada en Magdalena, la Policía halló 8 kilos de coca.
La justicia comprobó que el narco había sobornado a policías para que sea anulado su impedimento de salida del país y, en 1995, lo condenó a 6 años de cárcel. No obstante, desde el penal Castro Castro, donde fue recluido, Tijero seguía dirigiendo las remesas de droga al extranjero con ayuda de corruptos agentes penitenciarios. Un ex árbitro de fútbol, acaso quien colocó al Capitán Clavero a un paso de la primera división, había sido hallado con 10 kilos de coca en una maleta y así el destino del ‘Ingeniero’ quedó sellado. Lucio Tijero Guzmán fue condenado a cadena perpetua por tráfico ilícito de drogas en setiembre de 1997. Un día después de la sentencia, fue llevado al penal La Capilla de Puno con otros 37 criminales y terroristas.
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Inmueble donde cayó Tijero en 1994. Videos, armas y documentos fueron incautados
-Montesinos y la droga-
Los agentes antidrogas informaban sobre los testaferros del ‘Ingeniero’, de sus pagos con armas a Sendero Luminoso por la protección en el Alto Huallaga, y del derroche en residencias y autos blindados, pero nada de los registros incautados. Recién cuando el régimen fujimorista cayó y Vladimiro Montesinos entró en desgracia, Tijero contó su verdad. Ante la comisión del Congreso que investigaba al ex asesor, detalló que lo había conocido en 1983, en Leticia, Colombia, por intermedio de Evaristo Porras Ardila, lugarteniente de Pablo Escobar. Montesinos era el abogado de Porras y de otros narcos colombianos, en suma, un personaje común en el entorno del Cártel de Medellín, sostuvo.
Además, que transportó 500 kilos de PBC de Tingo María a Colombia en un helicóptero del Ejército, lo cual fue coordinado por Montesinos. Y que este mismo le recibió en una clínica de Lima los US$500 mil para gestionar su liberación, luego de que en 1984 fuera arrestado y su laboratorio de droga, intervenido. Tijero manifestó también que Montesinos aparecía en varios de los 130 videos decomisados en su vivienda de Surco, acompañado por distintos capos peruanos y colombianos: Porras Ardila y Perciles Sánchez, del clan Sánchez Paredes, entre ellos. “Quiero decir que el señor Montesinos es tan traficante como yo”, remarcó a la comisión Towsend. Era julio del 2002.
La mafia de Tijero, al parecer, detuvo sus operaciones, pero los réditos que dejó permitían al ‘Ingeniero’ vivir a cuerpo de rey en el penal Castro Castro, donde había sido trasladado. Su celda, en el Venusterio de la prisión, medía 16 metros cuadrados y tenía un baño privado con agua caliente. Pisos de mayólicas, televisor, refrigeradora, horno, equipo de sonido y, en las vitrinas, botellas con whisky al lado de una colección de copas de cristal. Tales gollerías fueron divulgadas desde el 2006, pero poco hicieron por erradicarlas los jefes del INPE que pasaron hasta el 2009. Recién en octubre de ese año, el entonces director de la prisión, Manuel Vásquez Coronado, decidió recortárselas. Tres meses después, cuando Vásquez había abordado su vehículo para ir a trabajar, un sicario lo asesinó de dos balazos en el rostro. El crimen, en principio, fue atribuido al ‘Ingeniero’, pero este siempre negó su autoría.
Tijero iba languideciendo durante sus encierros posteriores en las cárceles de Piedras Gordas, y en las de Tacna, Arequipa y Cañete, hasta su reclusión final en el penal de máxima seguridad ‘La Capilla’, en Puno. Nunca lideró un cártel, pero en tiempos que la narcococa llegó a abarcar más de 200 mil hectáreas en el Perú, su nombre, o apelativo más bien, era asociado siempre a una siniestra hegemonía. La fortuna que engrosó con el ruin negocio quedó desperdigada en decenas de testaferros hoy presos. Y el mal destino de los criminales lo condenó, además, a morir en desesperanza cada vez que sus lujosas propiedades entraban en subasta. A más de 3.800 metros de altura, donde los males cardiacos y hepáticos lo fulminaron.
Falleció narcotraficante #LucioTijero en penal de #Juliaca https://t.co/pOzJjF0UrR pic.twitter.com/TvmR0SoGKq— Sociedad El Comercio (@sociedad_ECpe) 26 de octubre de 2016