Por: Mirelis Morales TovarCuatro meses de espera. Nueve horas de trámite. Todo ese tiempo para obtener una hoja con mi nombre, número de pasaporte y la confirmación de no poseer una orden de captura internacional que me impida tramitar el permiso temporal de permanencia (PTP), que se otorga a los migrantes venezolanos.
Esa cuenta no incluye los dos días que tardé en obtener la cita por Internet desde Venezuela. Una gesta que logré tras múltiples intentos. De noche. De madrugada. Era mayo del 2018 y, en ese entonces, la cifra de venezolanos en el Perú apenas llegaba a 298 mil, pero ya la web estaba colapsada. Una conocida se atrevió a pagar S/200 para que le dieran la cita al día siguiente. Era una opción. Pero yo no estaba dispuesta a dar más de los S/80,50 que se exigen por el derecho a trámite.
Solicitar la cita por Internet, al menos, me parecía un avance. Pasé por este mismo trámite en el 2015, cuando vine al Perú por una propuesta de trabajo. En aquel momento, se iba personalmente a la sede en Monterrico, a solicitar la fecha y hora de la próxima cita. Se atendían hasta 100 personas por día, nada más. El trámite –que incluye la toma de huellas dactilares, la revisión de señas dentales y una foto– demoraba un par de horas, y la ficha se recogía una semana después.
—Tiempos de cambio—
Interpol ahora entrega el documento el mismo día. Lo supe de boca del coronel Ángel Merino, jefe de Interpol Lima, a quien entrevisté unos días antes de acudir a mi cita. “¿Cuánto demora hacer todo el proceso?”, le pregunté. “Dos horas”, respondió. Me dejó claro que han hecho esfuerzos para incrementar la atención a 1.400 venezolanos al día, extendiendo su horario hasta las 10 p.m. y abriendo otras dos sedes en la capital.
El 21 de setiembre llegué a las 10 a.m. a la sede de Monterrico a verificarlo. Calculé que si el trámite demoraba dos horas, quizás podría ir esa misma tarde a dejar el requisito en Migraciones para que comenzaran a correr los 30 días que tarda la entrega del PTP.
Esa primera hora de espera pasó rápido entre los chistes de los paisanos y el desfile de vendedores ambulantes. Pero después, la cola se detuvo. Y por cinco horas, la vista no cambió. El frío se volvió calor. El sol comenzó a quemar. La risa dio paso al hastío. La comida se agotó. Y ante la falta de baño, tomar agua no era una opción.
A las 3 p.m., abrieron el portón y permitieron el ingreso del primer grupo de la tarde. Entramos 100. Lo sé porque nos pusieron a formar 10 filas de 10 personas cada una. Recibimos instrucciones, cual escuela militar. A todas estas, seguíamos expuestos al sol, parados y sin un baño.
Lo que vino después fue una seguidilla de pasos que transcurrieron tan rápido, que había esperanza de salir –ahora sí– dos horas después. Entregamos pasaportes, abrimos la boca para que vieran nuestras señas dentales, llenamos una planilla y posamos para la foto. Solo faltaban las huellas. Pero asignaron un funcionario por cada grupo para tal labor. Sí, uno para 100 venezolanos.
Afuera, oscurecía. Entregaron pasaportes y el sobre blanco donde debíamos meter el documento. Parecía el final. Pero, en un acto que parecía hecho para dilatar el tiempo, el funcionario empezó a engrapar uno a uno el manojo de requisitos sin hacer entrega de las fichas, que reposaban sobre la mesa. Comenzaron las quejas. “Este es el procedimiento”, dijo. A las 7 p.m., finalmente recibí mi ficha.
Cuatro meses de espera. Nueve horas de trámite. Una jornada de trabajo perdida. Un costo de horas-hombre demasiado alto para recibir el mismo día un papel con mi nombre, número de pasaporte y la confirmación de no poseer una orden de captura internacional.
-Descentralización-
El coronel Merino informó que este año tienen previsto abrir oficinas en Piura, Arequipa y Cusco, con capacidad para atender a 30 personas al día.
A diario, 150 venezolanos dejan de acudir a su compromiso con Interpol. Eso supone que al mes se pierden unas 3 mil citas por inasistencia, precisó el jefe de Interpol Lima.
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