Recuerdo su prisa para esquivar a tropas de desconocidos de ojos vidriosos que corrían para llegar antes que nadie, recuerdo a unos caballos inmensos, que a los 5 años me parecían dinosaurios; recuerdo las bocinas de panadero de unos gigantes rubios que, provistos de botellas de Cienfuegos, iban cantando por el mejor de los equipos. Recuerdo la mano áspera de mi padre, sujetándome fuerte por si era necesario saltar más que trotar, y apretarse en la cola que llega hasta 28 de Julio; recuerdo subir las escalinatas del Nacional agotado como en un infinito trekking, recuerdo el paste verde, verde, como si las hubiera pintado con témperas, y hasta recuerdo su sonrisa cuando miré una visera de dulonpillo que ofrecía un señor ambulante y él, Ángel Villegas Soto, sacó unas monedas, las multiplicó con su magia y cumplió el sueño de niño: usar los colores que eran de él...
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