El fujimorismo sigue perdiendo oportunidades para mostrar un talante distinto al que lo llevó a dos dolorosas derrotas consecutivas en la segunda vuelta. Uno que inspire menos temor y desconfianza entre la mayoría de ciudadanos que se rehúsa a darle el beneficio de la duda y que no destile tanta agresividad y sensación de prepotencia.
La reaparición de su lideresa Keiko Fujimori esta semana, tras más de 100 días de silencio autoimpuesto, constituye una de esas oportunidades desperdiciadas. Desde la puesta en escena de su presentación (‘balconazo’, apariencia de mitin de campaña, presencia de figuras polarizantes) hasta el mensaje en sí mismo y el tono de ofuscación en el que fue transmitido, no se ve en el fujimorismo un cambio de actitud poselectoral ni una reformulación de sus modales. Lo que hace suponer que tampoco ha habido autocrítica ni existe ánimo de enmienda.
La del miércoles pasado por la noche evocó a la Keiko de la segunda vuelta: confrontacional, que responsabiliza a terceros (el poder económico y el mediático, por ejemplo) por los errores propios y proclive a denunciar campañas de persecución y desprestigio para tratar de restar credibilidad a quienes se oponen a su proyecto político. Aquella candidata dispuesta a transigir con mineros ilegales y pastores evangélicos intolerantes con tal de lograr sus objetivos.
Además del desafortunado comentario con el que dejó claro que considera perdedores a quienes padecen de una enfermedad como la depresión, su incapacidad para reconocer explícitamente el ajustado triunfo de Pedro Pablo Kuczynski deja entrever que aún no logra encajar la derrota. Y si bien Fujimori tiene derecho de criticar a un gobierno que ha cometido errores, y no pocos, no es razonable pretender que en tres meses se solucionen problemas tan complejos como la inseguridad ciudadana o la conflictividad social, por lo que sus exageradas críticas y exigencias a una gestión que recién inicia la hacen perder legitimidad como líder de la oposición.
El estilo que exhibió la ex candidata explicaría el comportamiento de muchos de sus portavoces y representantes en el Congreso, en tanto ella ejerce el liderazgo sobre el funcionamiento de la bancada. Desde constantes –y poco eficaces– intentos de ironía para aludir al “Gabinete de lujo” cuando de criticar a los ministros de Estado se trata hasta intervenciones que hacen extrañar la ponderación de Martha Chávez durante el debate parlamentario, congresistas como Luis Galarreta, Cecilia Chacón, Úrsula Letona o Daniel Salaverry suelen perder la compostura y las formas en sus declaraciones dentro y fuera del hemiciclo, lo que solo refuerza la imagen de un fujimorismo autoritario y poco tolerante.
Nadie pide que Fuerza Popular deje de hacer política. Su exorbitante mayoría parlamentaria lo ha puesto en una situación difícil: si se le percibe como muy cercano al Ejecutivo, arrastrará sus pasivos y si se muestra como una oposición obstruccionista, será señalado por sus fracasos. El problema es que –al igual que en la segunda vuelta– parece carecer de una estrategia para acercar posturas con sectores que lo miran con escepticismo o simplemente no les importa hacerlo.
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Las frases que dejó Keiko Fujimori en su reaparición pública | GALERÍA https://t.co/X1AMD0ZhNB pic.twitter.com/IBeLKsfNPM— El Comercio (@elcomercio) 10 de noviembre de 2016