En medio de lo que parece ser una inusitada calma en la política nacional, Alberto Vergara -profesor e investigador de la Universidad del Pacífico - ofrece un análisis punzante de las culpas y omisiones que nos llevaron al punto en el que estamos. La desigualdad en el país –centro de su discurso republicano– y una cauta expectativa de qué puede traer el futuro marcan la pauta de la conversación.
—¿Cómo describirías la situación política actual del país?
Gran alivio, porque lo peor pareciera haber pasado, y una moderada angustia, porque no está claro lo que vendrá.
—¿Esta crisis y la del 2000 son series distintas o una nueva temporada del mismo programa?
En el 2000, se cerró una buena temporada de la serie, digamos la más sangrienta y vertiginosa. Pero en realidad la vuelta de Alan [García], la presencia estelar de gente como [Pedro Pablo] Kuczynski, o el hecho de que la hija de Fujimori se convirtiera en un actor fundamental, también te permite pensar que era una serie que había comenzado antes y que continuó luego, con otros personajes. Por lo tanto, yo lo formularía como: se ha suicidado el elenco de la obra que arrancó en 1989, pero no sabemos si la obra va a terminar o si ahora la va a interpretar otro elenco.
—¿Qué crees que viene luego?
Creo que estamos en un momento en el cual hay indicios de varios cambios globales. Me parece que tiene sentido que tú veas a Greta Thunberg en un canal y en el siguiente a Rey con Barba. Son parte de un mismo momento en el cual hay un mundo que está pujando por nacer y otro que se está resistiendo a morir. Es más que el Perú, creo que hay un cambio de ánimo en el mundo innegable.
—A pesar de la vorágine política que tuvo el país en los últimos tres años, parece que hubo cierta apatía desde el lado de la sociedad. Por ejemplo, cuando Salvador del Solar dio un mensaje a la nación pidiendo a la gente que saliera a marchar, salieron cuatro gatos.
Cuando el fujimorismo reclama por la disolución del Congreso, nadie lo apoya tampoco. Cuando [Juan] Velasco Alvarado murió, fue el evento multitudinario de la época, porque estaba muerto. Pero cuando le hicieron el golpe de Estado, ¿quién salió a defenderlo? Nadie. Cuando apresaron a Alberto Fujimori, ¿quién salió a defender al presidente más querido del Perú de los últimos años? Nadie. Somos un país acostumbrado a hablar a través de encuestas, de rumores, y que, sin embargo, sí tiene una posición. Pero es distinto que exista el ánimo social a que tenga efectiva representación política, y que se transforme en algún tipo de orden alternativo.
—¿La agenda institucional sí tiene espacio en el Perú?
A mí, la votación que obtiene lo que propone Martín Vizcarra en el referéndum me parece francamente extraordinaria. Que el 86% de la gente apoye una agenda de reforma política y judicial clarísima, cuando supuestamente los teóricos del fujimorismo nos decían que este es un país informal y que solamente querían vivir en una jungla sin ley. Resulta que sí les provoca vivir en un país más civilizado, donde la ley ordena la vida común. Pero, claro, el club de los que desprecian al país siempre te dice que no, a la gente solo le interesa tener para comer.
—¿Qué esperas del Congreso del 2020?
Será un Congreso fragmentado. Y como tal, su funcionamiento positivo o negativo dependerá en gran medida del liderazgo del Ejecutivo. El gobierno tiene que sacar las reformas que quedaron truncas, en cooperación con el Legislativo, en especial la reforma política. Y si se pudiera establecer un acuerdo para empujar por la reforma del Poder Judicial, sería fantástico. Los peruanos necesitamos constatar que la cooperación entre poderes del Estado y entre políticos es posible, si no, la democracia no tiene sentido.
—¿Por qué crees que la oferta política es tan mala en nuestro país?
El problema fundamental es que tienes un mercado completamente abierto de representación superpersonalista y eso hace que nada dure mucho en el tiempo. De otro lado, para bien y para mal, en el Perú de los últimos años hubo un gran consenso sobre lo que había que hacer con el país, que era básicamente seguir en un piloto automático, priorizando el mero engorde del PBI. Ante ese consenso, quien ganase daba un poco igual; eso elimina la capacidad de tener más oferta. Tus élites políticas se convencieron de que ese era nuestro proyecto de desarrollo. A mí, Jorge Morelli [exasesor de Fuerza Popular] me dijo una vez en una reunión pública: “Usted, Vergara, no entiende que la gran virtud de este país es que no importa si gano yo (Fuerza Popular), si gana el Apra, o si gana PpK, todos vamos a hacer lo mismo. Esa es la maravilla del Perú”. ¡Qué políticos más locos de celebrar ser idénticos!
—Bueno, pero finalmente el fujimorismo decidió pelearse a muerte con PPK, a pesar de que en principio eran lo mismo. ¿Es una relación irreconciliable?
Esa es una gran paradoja. En algún sentido, ese fue el intento de la alianza Olaechea, Araoz, Bartra, Beteta, Becerril. El hacendado, la tecnócrata y el partido del Perú informal e ilegal. Pero les ha ido como la mona porque en el fondo lo que esa alianza traduce es el sueño de mover el reloj hacia atrás y volver a los noventa. Pero mala suerte pues, han pasado treinta años. El país los ha rechazado como a una excrecencia histórica, como a una suerte de un intruso anacrónico. Creo que ya no tenemos paciencia para eso.
—En tres años, el fujimorismo ha pasado de tener 73 congresistas a 5% de intención de voto para las elecciones parlamentarias del 2020. Hay que tener talento para dilapidar el capital político a esa velocidad.
Yo diría que la derecha en el Perú brilla por su capacidad de proyectar una fortaleza que no tiene. Cuando [Julio] Cotler le pregunta a [Víctor Raúl] Haya de la Torre por qué se alió con [Manuel] Odría y con el pradismo y por qué renunció a las reformas, la respuesta de Haya es: “Porque yo creí que eran fuertes. No se me ocurrió que les iban a quitar sus tierras sin disparar un tiro”. El fujimorismo es la nueva estación de ese itinerario en el cual la derecha le hace creer al país que tiene una cosa muy fuerte y que finalmente es reducida a nada sin mayor problema.
—¿Es solo un problema de la derecha?
Uno podría decir que la historia política del Perú no es otra cosa que un cementerio de proyectos políticos que buscaron integrar este país, articular el poder y construir algún tipo de orden político hegemónico. La historia política del Perú es la historia de los fracasos de esos intentos: el civilismo, Velasco, el Apra, la izquierda, Sendero Luminoso. El fujimorismo es la reedición más reciente del fracaso de un proyecto de articulación. Este país parece inintegrable en términos políticos.
—El mundo recién está empezando a vivir la crisis de partidos con la que nosotros hemos coexistido casi toda nuestra historia...
Así es, somos la vanguardia. Por dar un solo ejemplo, el presidente [francés Emmanuel] Macron parece un presidente peruano. Pasa de no tener ningún partido a construir uno en un mes y medio. Y ya para el colmo de la peruanidad, su partido se llama En Marche, que son las iniciales de Emmanuel Macron. Entonces sí, nosotros no nos estamos desarrollando, ellos se están subdesarrollando. Formamos parte de una época.
—Y de hecho Vizcarra es como un gran ejemplo de esta época, ¿no? No tiene partido, ahora ni siquiera va a tener un representante en el Congreso, no tiene cuadros, no tiene nada y tiene 70% de aprobación [la encuesta de hoy de El Comercio-Ipsos señala que lo aprueba el 60% de la población].
Sí, sin duda. Pero con una gran diferencia, creo: se quería ir. O sea, me da la impresión de que él es consciente de toda esa precariedad que tú acabas de describir y por eso proponía ‘vámonos’. Pero también es cierto que al inicio no solo compartía esas precariedades, sino que compartía este consenso limeño sobre qué es lo que el país necesita, sobre el crecimiento económico. Pero ya en el poder, por alguna razón, descubre que ese consenso no alcanza.
—Que la parte institucional también importa.
Creo que por primera vez aparece –curiosamente desde el Ejecutivo y no desde el mundo electoral– la representación de algo que ha estado casi completamente al margen de la vida política nacional en los últimos 30 años. Y creo que esa seguirá siendo la gran virtud y legado de Vizcarra, el haberse jugado por unos temas por los cuales nadie quería jugársela: las instituciones.
—Algunos critican que es un discurso sin mucho fondo.
Me parece que Vizcarra ha dado palos de ciego en la dirección correcta. Creo que va a tener un crédito que no se le va a agotar en el año y medio que queda. En el país donde todos preferían hacer el muertito, arriesgó su presidencia para ir en el sentido que la ciudadanía reclamaba.
El presidente [francés Emmanuel] Macron parece un presidente peruano. Pasa de no tener ningún partido a construir uno en un mes y medio. Y ya para el colmo de la peruanidad, su partido se llama En Marche, que son las iniciales de Emmanuel Macron.
—¿Qué hay de la gestión del gobierno?
Evidentemente, es un gobierno con un montón de problemas. Problemas, honestamente, que no son creados por este gobierno, pero que sí la tiene complicada para mejorarlos. Es evidente que tienes un problema de gestión de grandes obras. Y realmente somos un país que no puede darse el lujo de tener Tía María, Chavimochic o Majes, entre otros, parados.
—Vizcarra culpa a la confrontación con el Congreso.
Creo que el fujimorismo, con su actitud en el Congreso, logró que nadie con un proyecto quisiera ser ministro. Y eso también lo estamos sufriendo de acá al 2021. María Antonieta Alva es la sexta ministra de Economía que tenemos en tres años. Es claramente casi un suicidio para el país. No puedes tener ese ratio de renovación en el MEF.
—¿Es posible resolver ese problema en este gobierno?
Estamos en un gobierno casi de transición que no está para eso, pero puede señalar el camino. Yo creo que una tarea fundamental de quien gane en el 2021 –Ejecutivo y Legislativo– es devolver la confianza a quien crea que hay espacio para un proyecto de mediano plazo. Decirles a nuestros mejores cuadros: “Mira, no te va a pasar lo que le pasó a Jaime Saavedra”.
—Vizcarra propone, por ejemplo, ampliar la cobertura del SIS. Pero no menciona cómo mejorar la calidad del servicio al ciudadano.
Cuando los políticos dicen preocuparse por la calidad de los servicios al ciudadano, están pensando en una caja rápida de Wong en la cual yo soy alguien que necesito ser servido rápido y bien. Eso no es. Antes que pensar en la calidad del servicio, tienen que entender qué es un ciudadano...
—¿Qué falta entender?
Es alguien que tiene que ser tomado en serio, como un adulto. Un compatriota. Creo que eso es lo que no existe en el Perú. El consenso en el Perú es que tú tienes que ayudar a que la gente no sea pobre y a que, en la medida de lo posible, no tenga anemia. Pero todo eso fácilmente podría pensarlo de mi perro, de una planta, de cualquier ser vivo al cual tienes que procurarle los mínimos que le permiten no perecer. Y eso es una parte muy básica de lo que un individuo en una sociedad moderna requiere.
La gran virtud y legado de Vizcarra, el haberse jugado por unos temas por los cuales nadie quería jugársela: las instituciones.
—Tu tesis es que somos un país de ciudadanos sin república, ¿qué perspectivas ves de que eso cambie?
Yo creo que sí existen las condiciones para transitar hacia eso. El republicanismo busca la constitución de una comunidad de iguales y se necesita un proyecto que enfatice esa parte. ¿Por qué en Chacarilla, en el cine Alcázar la gente aplaude el documental sobre la reforma agraria [“La revolución y la tierra”]? No aplauden la dictadura de Velasco, sino que descubren que fue un momento fundamental para la construcción de una comunidad de gente que es más igual. Se acaban los estamentos. El tema es cómo construyes la convicción entre nuestras élites tecnocráticas, empresariales, políticas de que hay que construir una comunidad de iguales políticos y no una sociedad de no pobres.
“Lo revolucionario en el Perú es que una Constitución dure”
—La derecha vive asustada de que el modelo económico se caiga y la izquierda vive obsesionada con cambiar el capítulo económico de la Constitución.
Es que las premisas ideológicas de los proyectos políticos son de desconfianza ante la gente. La derecha peruana lleva 30 años despreciando a la gente. Viéndola como un problema para los negocios. Y por lo tanto, aterrorizada en cada ciclo electoral con que el electarado [sic] en cualquier momento va a arruinar el proceso de enriquecimiento. Lo que están rogando es que exista algún tipo de liderazgo duro que los domestique. O por la fuerza o con espejitos. Como decía Tocqueville: “El aprecio que la aristocracia siente por el gobierno autoritario es proporcional al desprecio que siente por su pueblo”. Eso describe la relación de la clase alta peruana con el fujimorismo y el Perú.
—¿Qué hay de la izquierda?
La izquierda no es mucho mejor. La izquierda estaba entusiasmada con Ollanta Humala, que era un señor que prometía comandar el país. La izquierda, en ese mismo sentido, también ha pensado durante un montón de tiempo que somos un país al cual el neoliberalismo nos lavó el cerebro. Y con eso se consolaban de no poder ganar nada.
—¿Qué opinas del reclamo de la izquierda de tener una nueva Constitución como solución a todos nuestros problemas?
Lo revolucionario en el Perú es que una Constitución dure, no es cambiarla. Solo la izquierda vive el delirio de creer que los problemas del Perú están asociados a la Constitución del 93 y que antes todo iba bien. Yo creo que el Perú puede apropiarse de esa Constitución con origen autoritario y darle vida democrática. En muchos sentidos, eso ya pasa. Y si alguien violó la Constitución del 93 a su antojo fue el fujimorismo en los 90, no el país pos-Fujimori.
—La división de la izquierda parece ser una de las pocas constantes de la política peruana.
A mí me parece penoso lo que ha ocurrido. Es tragicómico, reiterado, farsesco. Y creo que lo que me da pena es que a pesar de la renovación de ciertos discursos –desde luego hay otros que perduran–, y liderazgos, la forma sectaria de hacer política es la de siempre. Es decir, aunque Marisa Glave, Indira Huilca y Verónika Mendoza no hayan participado en el congreso de Huampaní [congreso en el que Izquierda Unida se divide], son unas perfectas herederas.
—A un sector de la derecha le preocupó la declaración de la ministra de Economía respecto a la desigualdad en el país. ¿Por qué crees que tuvo ese efecto?
Porque no quieren nada nuevo. Ni gente ni discursos. Cuando –de esa derecha de la que estás hablando– la presidenta de la Confiep pide que la ministra y el presidente garanticen que el capítulo económico de la Constitución no esté en peligro, ellos saben muy bien que no está en peligro. Ellos lo que quieren es que la ministra les responda el WhatsApp. Yo creo que son declaraciones mucho más políticas en defensa de un privilegio, que preocupadas por la institucionalidad.
—¿Qué opinas de los que creen que el peligro del comunismo vizcarrista se ciñe sobre el país?
Tal vez habrá algunos estancados en la Guerra Fría, que creen que el comunismo vizcarrista es una amenaza. Francisco Tudela dice que [Jaime] Saavedra es un agente del comunismo internacional que estaba llenando de comunistas el Ministerio de Educación. Tal vez el señor genuinamente sufre de ese delirio. Puede ser, ¿no? Pero hay otros que no. Hay otros que saben perfectamente que María Antonieta Alva, que ha ido a Harvard y que ha estudiado en la Pacífico, no es ningún agente del castrochavismo.