Antes que explicar las presunciones de corrupción que lo acechan hoy, triste lugar común con tantos líderes, expliquemos algo que sí es extraordinario: su éxito sostenido por varias temporadas en la aprobación popular, mientras las del establishment político palidecía. Luis Castañeda es nuestro político insondable. Muchos lo votan, nadie lo entiende a cabalidad. Hasta le pusimos ‘Mudo’, a pesar de que sí habla y replica y, en su mejor momento, se multiplicaba inaugurando pequeñas obras en enlaces mañaneros. Quizá preferíamos inventarle esa imagen de mudez para disimular nuestra incapacidad de entenderlo.
¿Por qué triunfó con tanta holgura en Lima? Sus dos candidaturas nacionales, en el 2000 y en el 2011, fueron un fiasco y en ambas quedó en quinto lugar; pero Lima lo aclamó 3 veces (los dos periodos del 2004 al 2010 y el periodo del 2014 al 2018) y le dio, en muchos momentos, cotas de aprobación de más de 80% cuando la de otros líderes nos abochornaban.
Hasta ahora no se ha difundido una teoría que explique convincentemente esta popularidad sostenida en dos periodos, pues el tercero lo acabó menguante. La explicación más extendida, enarbolada por quienes lo reeligieron en el 2006, es que, de saque, hizo mucha obra menuda e inclusiva en la Municipalidad Metropolitana de Lima (MML), convirtiéndose en una derecha popular alternativa al fujimorismo. Las escaleras amarillas –de paso que sembraron su símbolo cromático- fueron el emblema de esa gestión que no olvidó a la nueva Lima prendida de los cerros.
La gestión de obra rápida, incluyó, además, la ampliación de parques zonales, coronada con la fundación del Circuito Mágico del Agua en el 2007, sobre lo que era el antiguo Parque de la Reserva. Fue, también, proactivo en áreas que no le incumbían. Tuvo que forzar la normativa para incluir iniciativas como los hospitales de la Solidaridad, limitados a la atención ambulatoria, y las revisiones técnicas vehiculares.
Hagamos una digresión biográfica antes de volver a explicar su popularidad edil: Si Castañeda pudo hacer obra con cierta celeridad y sin mucha resistencia, es porque estaba afirmando la personalidad con la que irrumpió como outsider en su candidatura presidencial del 2000. Era un técnico gestor antes que un líder de partido. Fue regidor de Lima en la lista de Acción Popular en 1980; pero no hizo carrera partidaria sino de gerente. Se quedó trabajando en empresas municipales, en los periodos de Alfonso Barrantes y Jorge del Castillo y, en los 90 fue fichado por Fujimori para ordenar el caos de la seguridad social, cuyos fondos eran frecuentemente declarados en emergencia, en el caótico IPSS, hoy Essalud.
Su manejo del seguro y sus incursiones en el sector privado, le dieron la fama de buen gestor con proyección mediática, y así se le despertó el apetito de llegar a la cima del poder. Descartó rumores de que sería candidato fujimorista a Lima en el 1998 y se lanzó a la presidencia en el 2000, con partido nuevo y propio y aire de semi outsider pues se le veía más gerente que líder de masas. Fue, al igual que el alcalde Alberto Andrade, víctima de una infame campaña de la prensa amarilla controlada por Fujimori y Montesinos, que ayudó a disminuir su intención de voto mientras Alejandro Toledo se colaba en las preferencias opositoras. En las portadas amarillas era denostado como un líder nervioso y trémulo, incapaz de afrontar retos. No es eso lo que conocimos después. Por el contrario, se le vio cierto cuajo que provocó nostalgias de autoritarismo.
Quedó quinto en esa ronda con Fujimori y Toledo del 2000, pero ya tenía partido propio, Solidaridad, y un socio financista, José ‘Pepe’ Luna Gálvez, que lo acababan de botar del APRA en 1999, y tenía sed de una nueva aventura partidaria. La capital era un buen destino, un inmenso consuelo.
Pero, ¿por qué la pegaba en Lima?
Ahora volvamos a la explicación de su éxito. Sus esfuerzos amarillos en escaleras, lozas deportivas, parques y hospitales, eran loables, pero dejaban al margen demandas transversales a todos los estratos como la sed de seguridad y de transporte célere. El Metropolitano fue la más ambiciosa, aunque insuficiente, oferta de transporte masivo. Como decíamos, la obra menuda inclusiva no cubre todo. Hay otras claves de la aprobación de Castañeda, que se ponen de manifiesto en la campaña para revocar a Susana Villarán en el 2013. Allí aparecen las bases y clientelas de la Lima ‘solidaria’. Primero, Castañeda negó que apoyaba a la coalición revocadora cuyo vocero era Marco Tulio Gutiérrez, hasta que, en la última fase, se sinceró y aportó a su correligionaria Patricia Juárez como vocera. Sus aliados revocadores eran transportistas, imprenteros, taxistas, comerciantes y otros gremios que se sintieron amenazados por el reformismo de Villarán. Quedó claro, en esta campaña extra y, poco después, en la del 2014, que Castañeda era el candidato natural de esa Lima informal, que se aproxima al 70% del mercado, y que vio a un gestor que no venía a amenazarlos con promesas de formalización, regulación y desalojo de sus espacios tomados.
Esta promesa de mantener el statuo quo informal, mientras los otros candidatos hacían alardes de planificación; es quizá la teoría que mejor explica las temporadas de aprobación sostenida que gozó el ex alcalde. A ello se suma su espíritu práctico que le permitió llevarse bien con Alan García, el presidente con el que coincidió por más temporadas. Su partido, Solidaridad, era accesorio y de él se ocupaban otros. No precisamente Luna que, molesto con el retiro abrupto del candidato presidencial Nano Guerra García en el 2016, apuró su renuncia y fundó otro partido, Podemos.
Entre campañas y gestiones, vimos cambios de humor y desapariciones temporales que nunca aclaró del todo si se debieron a problemas de salud. Una de estas coincidió con la campaña del 2014, pero se hizo presente a tiempo para ganar con un margen holgado a su favor. Sin embargo, una vez que retomó el sillón, su carácter se agrió en público y en privado, pues nos esteramos que hasta acabó distanciado de Patricia Juárez que fue su teniente alcaldesa.
En su último periodo, Castañeda tuvo un actuar errático, caprichoso y hasta provocador, que lo llevó, en sus primeros meses, a apostar toda su fama de gestor de obras a un by pass en la avenida 28 de julio. La obra estuvo a tiempo, pero las prioridades empezaron a ser cuestionadas por muchos ciudadanos que comienzan a demandar soluciones más integrales. El político práctico que armaba alianzas con comodidad, como la de su coalición para su campaña presidencial del 2011, perdió carisma y contactos, y no consiguió que la mayoría fujimorista en el Congreso anulara la no reelección inmediata de alcaldes, lo que puso plazo final a su mando limeño. Y se tornó más errático, sin apostar a una obra que lo trascendiera, ni a un delfín que no fuera su hijo Luis Castañeda Pardo, que ya había sido su regidor y a quien, la mayoría ciudadana, en un caso de extrema sofisticación electoral, lo buscó entre las 39 casillas de regidores, para revocarlo. Hay cosas, como el nepotismo político y el haber apoyado la revocatoria sin dar la cara, que mucho que probablemente volvieron a votarlo en el 2014, desaprobaban en el 2013.
El carrusel
No solo el statu quo informal ha jugado a favor de Castañeda. Ahora, por las delaciones que el fiscal Carlos Puma ha recogido de presuntos funcionarios de OAS, empezamos a confirmar que la corrupción también estaba enquistada en la Municipalidad de Lima y habría aportado a Castañeda al igual que aportó a Villarán durante la revocatoria, para que, precisamente, una y otro, aseguren la estabilidad de sus inversiones en infraestructura. Vaya carrusel vicioso: al haber aportado Odebrecht a Villarán según propia confesión, y presumiblemente OAS a ella y a Castañeda; aceleró la corrupción de todo el sistema de licitación de obras que quería salvar. Antes se denunció otro carrusel, acotado en tiempo, montos y personajes. En el 2005 la MML le debía S/35.9 millones a la empresa Relima. Relima vendió la acreencia a la empresa Comunicore por S/14.6 millones. Pues, en muy breve plazo Comunicore logró que la MML le pague los S/35.9 completos. El fraude era contundente y provocó un largo proceso del que Castañeda se hizo responsable político más no legal. Se salvó de los procesos céleres que abatieron más tarde a los políticos del Lava Jato, pero quedó flotando la sospecha de que el caso Comunicore era un botón de muestra. A pesar de él, se reeligió en 2006 y 2014.
Volvamos a las últimas temporadas. ¿Por qué a pesar de su conducta políticamente deshonesta en la revocatoria, castigada con la permanencia de Villarán y la simbólica defenestración de su hijo, volvió a ser reelegido? La hipótesis del cariño de los informales, frente al discurso técnico y planificador de Enrique Cornejo y los otros candidatos, puede explicar el triunfo. Pero esos votos que también pasaron por alto las revelaciones hechas en plana campaña revocatoria, de que Castañeda, aún antes de postular, condicionaba con OAS el proyecto de Línea Amarilla.
Pero Lima siguió insegura y difícil de transitar, mientas el debate nacional en la campaña del 2016, y luego los escándalos del Lava Jato y de los audios del CNM, extendían ideas venenosas para Luis Castañeda: que las reformas son tan o más urgentes que las obras, que el gobierno central es el que más invierte en Lima y de él depende el sueño del metro, que ningún político debe escapar a la transparencia y la rendición de cuentas. *
Este perfil fue publico en julio de 2019, cuando el Poder Judicial le dictó impedimento de salida del país.