La espero en el célebre salón verde del Ministerio de Salud (Minsa), donde cuelgan los retratos de los ex ministros del sector, todos enternados y unas pocas ministras en sastre para la ocasión. De pronto, entra Zulema Tomás con una chaqueta de doctora tan blanca que parece refregada con lejía; que no parece de tecnócrata de la salud, sino de autoridad que se aferra a sus orígenes porque le abruma la inmensidad de la cartera y de su presupuesto (S/18 mil millones), pero no va a soltarla, ni modo.
Además, ya tuvo su bautizo y sobrevivió sin magulladuras. Le tocó ir al aniego de San Juan de Lurigancho a meterse en una de esas situaciones que los dircom tienen que evitar a toda costa pero ahí estás con enlace de noticiero en vivo. Un joven enardecido volcó sus pulmones contra Zulema y la ministra del Ambiente, Fabiola Muñoz. Fabiola, con una ventaja de 5 meses con fajín –un montón en escala vizcarrista–, logró aplacar la ira juvenil. Zulema la secundó.
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¿Qué se siente en un momento así? “Uno se pone en el lugar de la persona. Como médico, uno sabe que viene el proceso del estrés. Sus padres estaban en un hotel y había perdido sus cosas. Hay que saber escuchar. Se calmó porque tenía que hacer esa catarsis”. Ponerse en el lugar de la persona. ¡Si a ello se atuvieran todas las políticas públicas! Eso sí, la biografía de la autoridad ayuda. Una clave para el bautizo de Zulema: vivió toda su infancia y juventud en San Juan de Lurigancho.
—Cuenta hasta 10—La chaqueta está tan blanca que merece una pregunta. “Representa toda una vida que quise ser médico. Postulé a la universidad porque fui becada [la Federico Villarreal], era docente hasta hace poco”.
¿Siempre quiso ser doctora? ¿Jugaba que las muñecas eran pacientes? “No siempre. Jugaba a ser doctora, pero también jugaba a la escuelita, a ser profesora de educación inicial. En la adolescencia sí estaba decidida a ser doctora y pediatra”. Además, tiene hermanos médicos. Su padre, eso sí, es policía y por eso estudió toda su primaria y secundaria en el Alipio Ponce, colegio para hijos de la PNP en Barrios Altos.Los niños brincan en toda su biografía profesional pues se la ha pasado siempre en el Hospital (en rigor, Instituto) del Niño, el de Breña y el nuevo, el de San Borja, que dirigió hasta que tuvo que reemplazar a Silvia Pessah, quien renunció por un problema personal de salud. Pero la doctora Tomás no es pediatra sino anestesióloga. ¿Por qué? “Era la única plaza que había en el Hospital del Niño en Breña. Pero cuando comencé a hacer la especialidad me di cuenta de que era maravillosa porque dar anestesia permite que el paciente no sienta ningún tipo de dolor, mantenerlo hemodinámicamente de la cabeza a los pies”. ¿Es un oficio de alto riesgo, no? “Es un tabú. Cuando pasa algo se le culpa al anestesiólogo, pero no es así”.
¿Han sido anestesiados y operados alguna vez? Te dicen cuenta hasta diez y al llegar a 4 o 5 tienes el blackout más denso de tu vida. ¿En qué piensa el anestesiólogo mientras tu conciencia desaparece? “En cómo respira el paciente, cómo late su corazón, cómo entra en un sueño tan agradable. Nosotros producimos anestesia, analgesia y también hacemos reanimación cardiopulmonar (RCP)”. Masajear el pecho de bebes con paro cardiorrespiratorio es muy fuerte como para convertirse en rutina, pero un hospital de niños en una ciudad de 15 millones te lleva a eso. “En estos 30 años como anestesióloga, ya así he brindado 8 mil anestesias. He dado más de 7 mil niños para que operen corazoncitos”. No me puedo sacar de la cabeza el acto de la RCP. “No se imagina lo hermoso, lo misional, porque para eso estamos, para salvar vidas. Son infinitas combinaciones de emociones”.
Misional. El término se repite en la charla y me lleva a preguntar a la ministra por su religiosidad. Es católica practicante y está preparada para evitar responder por su posición personal respecto al aborto. “Las normas están dadas y se respetan”. O sea, se aplica el protocolo de aborto terapéutico; de lo demás, ni se hable.
—Enfoque genérico—Los pacientes se convierten en cifras cuando un médico se convierte en ministro. Pero Zulema no quiere verlo así: “Ahora Dios me da la misión de hacer gestión para salvar más vidas”, me dice antes de, inevitablemente, empaquetar y cuantificar los grandes temas de la salud. Ha habido confusiones en las cifras de la anemia, ¿cómo vamos? “La cifra es única y no puede haber confusiones. Ahorita es 43,4%”. De una encuesta cerrada a fines de diciembre, digo, para ser repreciso.
Pregunto por las redes de salud, ese paralelismo de esfuerzos entre el Minsa, Essalud y los hospitales de las fuerzas del orden. Y quiero saber qué se hace para convencer a la gente que no sature los hospitales cuando hay cosas que se pueden resolver en policlínicos y postas. Hacer una sola red, es un sueño reformista imposible para una ministra de días, pero al menos puede hablar de administrar el desorden: “El 18 de diciembre se aprobó la Ley de las Redes Integradas de Salud, eso va a permitir que los centros de primer nivel [policlínicos] cumplan con la atención que corresponde. No deben llegar dolores de cabeza a los institutos de tercer nivel [hospitales son segundo nivel e institutos especializados, como el del Niño, son de tercero]”. El rollo es muy coherente, pero falta campaña informativa, le digo.
La ministra mantiene la apuesta del sector por la universalización del SIS (Seguro Integral de Salud): “Nos faltan 5 millones de pobladores para que tengan seguro. Me ha calado mucho que el presidente me dijo: ‘Quiero que todos los niños tengan salud y educación’”. O sea, los niños serán prioridad en la universalización de la cobertura.
Para despedirme y que la jefa de su gabinete de asesores deje de abrir la puerta para apurarla, le pido a la ministra que me nombre un caballo de batalla que piensa correr en los próximos meses. Me nombra dos: “Que la medicina llegue a toda la población en un costo razonable [...]. Los genéricos no pueden ser tan caros”. ¿El otro caballo? “Humanizar la salud. Los profesionales tenemos que demostrar que todo lo hacemos por amor al prójimo, a los pacientes”.