Hasta ahora el presidente Vizcarra ha podido construir su popularidad confrontando con el Congreso e indirectamente con Fuerza Popular. Su causa se resume en un referéndum en el que le propone al pueblo que vote por la no reelección de los congresistas.
Pero pasado el referéndum y derrotado el gran “enemigo”, es decir, desaparecida Fuerza Popular como actor beligerante y obstruccionista, la pregunta es cómo hará el presidente para mantener altos niveles de aprobación. Es decir, para seguir haciendo populismo político sin enemigo al frente. No solo eso, cómo mantener ese formato y a la vez pasar de la confrontación a los acuerdos con el Congreso, que ahora sí son posibles, a fin de aprobar las reformas necesarias para relanzar el crecimiento económico y avanzar en las reformas institucionales. Pues este es el momento para hacerlo.
Los verdaderos enemigos son los problemas del país, pero son menos personalizables, menos sintetizables en una gran solución –antisolución en realidad–, como la no reelección. Derrotar la corrupción seguirá siendo la principal lucha del presidente, pero tendrá que buscar blancos más precisos y menos visibles y afinar las estrategias. Por ejemplo, limpiar el Poder Judicial y la fiscalía. Víctor Prado reveló que había cuando menos 14 cortes superiores penetradas por el crimen organizado, pero no ha podido hacer nada al respecto. Sería bueno poner a la Diviac de la PNP a investigarlas mientras se crea la nueva superintendencia de control, e ir destapando los casos. Eso le daría aire. Lo mismo con la fiscalía y con la propia policía, emplazando a los jueces que reponen policías y promoviendo una ley que lo impida, como en Colombia.
También debería estudiar la manera en que la Junta Nacional de Justicia, cuando se instale, nombre a una nueva Corte Suprema de alto nivel, para regenerar el cuerpo judicial desde la cabeza. Debería exigir que el sistema de denuncias y protección al denunciante esté ya armado para liderar una campaña de denuncias de pedidos de soborno y conducir una cruzada anticorrupción en los servicios públicos (salud, educación) y en las regiones (certificados y facturas falsas, etc.), siguiendo el modelo Cillóniz. De paso, supervisa el mejoramiento de los servicios de salud, que son un desastre. La reingeniería del SIS, que ya se ensayó exitosamente con el Dr. Rosas pero fue abandonada, tendría un impacto casi milagroso en la eficiencia del servicio, incrementando el bienestar de la población.
El presidente podría dedicar sus viajes al interior a liderar la transformación de los servicios señalando a los funcionarios que no están cumpliendo su papel en la lucha contra la anemia o en Barrio Seguro, o a los alcaldes que no convocan a su respectivo Comité de Seguridad Ciudadana.
Pero ello no bastará si la economía no vuelve a crecer a tasas altas y genera más empleo y oportunidades. Para eso el presidente debería liderar personalmente la ejecución del Plan Nacional de Competitividad que ya debe salir, pero uno de verdad, que plantee las reformas necesarias. Ahora tiene al Congreso dispuesto a aprobarlas. Ya no hay excusas.