Hace unos días la Comisión de Constitución del Congreso recibió una propuesta para modificar el artículo 206 de la Constitución de 1993, con la finalidad de que se elabore una nueva Carta Magna sobre la base de la Constitución de 1979. Este proyecto fue presentado por el ex legislador Alberto Borea (luego de alcanzar las más de 60 mil firmas requeridas) bajo el argumento de que “es una vergüenza que un país democrático esté regido por un texto hecho por la dictadura”. Sin embargo, según declaraciones de miembros de casi todas las bancadas (que lo han tachado de “poco serio” e “irreal”), su suerte ya está echada y parece que terminará donde le corresponde: el archivo del Congreso.
Este sensato rechazo al mencionado proyecto tiene que ser saludado, principalmente porque a las constituciones hay que juzgarlas no tanto por su origen (con el que la vigente además rompió explícitamente al sacar la firma de Fujimori), sino más bien por el lugar hacia el cual llevan a un país. Y el destino hacia el que nos encaminó la Constitución de 1993 es, sin duda, tanto más deseable que aquel al que nos llevó la de 1979.
Las constituciones establecen el rumbo de una nación poniendo restricciones a la acción del Estado. Y, en materia económica, los límites fijados por la Carta derogada eran muy distintos de los que fija la vigente. Comparada con la de 1993, la Constitución de 1979 (que buscaba institucionalizar las reformas económicas de la dictadura de Velasco) dejaba al Estado una mayor posibilidad de expropiar los bienes de los peruanos, intervenir en sus negocios y desconocer los contratos que ellos celebraban. Por eso, fue posible que los gobiernos de la década de 1980 adoptasen medidas que sumieron al país en una crisis productiva. Dejemos que las cifras oficiales hablen por sí solas: durante la vigencia de la Constitución de 1979, en promedio, nuestro PBI creció un minúsculo 0,5% anual. En cambio, desde la vigencia de la Carta de 1993, el PBI peruano ha crecido en promedio 5,4%. Así, con esta última Carta, el PBI aumentó casi 11 veces al año lo que creció bajo su antecesora.
Asimismo, la Constitución de 1979 no blindaba al Banco Central de la interferencia política, lo que en los años siguientes a su promulgación llevó a que se implementaran políticas monetarias irresponsables que generaron la hiperinflación más alta del planeta en su momento y diluyeron los sueldos y ahorros de los peruanos. Hoy, en cambio, en lo que toca a control de la inflación, la política monetaria de nuestro constitucionalmente independiente Banco Central es elogiada internacionalmente como un modelo por seguir.
Y, como si fuera poco, la Constitución de 1979 no ponía límite alguno para que el gobierno arriesgase el dinero de todos en absurdas aventuras empresariales. Eso hizo posible que para fines del primer gobierno de García las 186 empresas públicas tuviesen pérdidas acumuladas por US$17.738 millones (lo que explica en buena cuenta que el Apra entregase en ese momento un gobierno quebrado).
Así, la Constitución vigente nos ha dirigido por el camino correcto. El país en su conjunto ha crecido considerablemente y los más necesitados han visto un aumento de su calidad de vida. Durante la década de 1980 la pobreza creció hasta llegar a afectar a más de la mitad de los peruanos. Pero hoy, gracias a las reformas económicas consagradas en la Carta de 1993, solo 27,8% de nuestros compatriotas se encuentra en dicha situación y las cosas mejoran cada año. Y no solo hemos reducido a la mitad el número de pobres, sino que la clase media también se ha incrementado en los últimos años. Entre el 2004 y el 2011, por ejemplo, lo ha hecho en 67%.
Nadie discute que la Constitución actual no necesitase ajustes puntuales. Algunos ya se hicieron, como eliminar la reelección inmediata y reconocer el derecho al voto de militares y policías. Otras reformas, como introducir el sistema bicameral o el voto facultativo, están pendientes y habrá que hacerlas. Pero proponer un cambio absoluto basado en la Constitución de 1979 es ciertamente absurdo. Y es que nadie tiene derecho a pedir que el Perú retroceda luego de que, con tanto esfuerzo, por muchos años venimos caminando hacia adelante.