Se escucha a varios importantes economistas decir que el Perú estaría inserto en un “modelo primario-exportador” destinado a colapsar, trayéndose consigo al resto de la economía nacional. Es decir, que nuestro país sufriría de la famosa “maldición de los recursos naturales” (MRN). Por su parte, algunas importantes autoridades parecerían estarse sumando a la idea. Considerando esto último, vale la pena explicar cómo el de la MRN no es un diagnóstico aplicable al Perú (si es que tiene sentido aplicárselo a alguien en primer lugar).
Veamos. Quienes pronostican el “derrumbe” de nuestro supuesto “modelo primario exportador” se basan en una serie de “patologías” que le serían intrínsecas. Entre ellas estaría el dificultar el progreso de otros sectores, produciendo, por ejemplo, “la desindustrialización” y la “desagrarización”; el generar poco “trabajo directo e indirecto” al utilizar “casi exclusivamente insumos y tecnologías foráneos”; el ser un sector “de enclave”, que no produciría encadenamientos productivos; e, incluso, el llevar indirectamente a la corrupción y el autoritarismo.
Pues bien, si estas son las “maldiciones” a las que lleva la exportación de recursos naturales, el Perú ha de ser un caso milagroso.
En efecto, hoy tenemos más del doble de industria que cuando se comenzó a perfilar nuestro auge minero. Así, si bien la participación de la minería en nuestro PBI pasó de un 4,6% en 1994 a un 16,1% en el 2007, en esos mismos años el peso de la industria manufacturera se incrementó del 14,4% del PBI al 16,5% (Macroconsult-INEI, sobre la base del censo económico del 2007). Considerando que el PBI del 2007 era un 79% más grande que el de 1994, esto quiere decir que nuestra manufactura se duplicó desde los noventa hasta el pico del ‘boom’ de los precios de los metales.
Esta industria, por otro lado, es hoy más competitiva y exportadora que nunca. Entre 1994 y 2010 las exportaciones no tradicionales crecieron a una tasa anual promedio tres veces más alta que las exportaciones tradicionales (que, como se sabe, son principalmente las mineras) (Cómex, Sunat). Entre el 2002 y el 2011 las exportaciones no tradicionales crecieron 222%, mientras que las tradicionales lo hicieron solo en 90% (IPE, Sunat). De hecho, nuestras exportaciones no tradicionales cerraron el 2011 con un monto que equivale a todo lo que el Perú exportaba en el 2003. Todo esto en términos de volumen (toneladas).
Vale la pena detenernos en algunos ejemplos individuales. Hace 25 años casi no exportábamos confecciones; el 2012 las exportamos por más de US$2.000 millones. Menos aún exportábamos productos agroindustriales no tradicionales: el año pasado lo hicimos por valor de US$3.000 millones. Para no hablar de otros ejemplos de industrias exportadoras antes casi inexistentes: productos químicos (US$1.624 millones), siderometalúrgicos (US$1.253 millones) o metalmecánicos (US$532 millones), entre otros.
Acá, pues, no padecemos MRN alguna. El Perú está avanzando a la diversificación productiva y a la exportación de mayor valor agregado. No hay “desindustrialización”, como no hay tampoco “desagrarización”: en 1994 teníamos 1,7 millones de agricultores, hoy hay 2,3 millones (y no todo el crecimiento agrícola está concentrado en la agroexportación costeña: vale la pena mirar el estudio de Richard Webb sobre el asombroso aumento de la producción rural andina en los últimos 15 años).
Todo este avance, por otra parte, no se da a pesar de nuestro ‘boom’ minero; de hecho en gran parte se está dando precisamente gracias a él. Según un estudio del IPE la minería compra actualmente el 14% de lo que produce cada año nuestra industria. Lo que ayuda a explicar que el mismo IPE sostenga que por cada puesto de trabajo directo que crea la minería se generan otros nueve puestos indirectos. ¿Dónde está entonces el sector “de enclave” que “se alimenta casi exclusivamente de insumos y tecnologías foráneos” y no produce “trabajo directo e indirecto”?
Podría decirse en ese caso –aunque no sin contradecir la crítica original del “enclave”– que el problema es precisamente este encadenamiento, pues cayendo la minería, caerían las empresas a las que le compra. Pero eso supondría asumir que los agentes económicos se distinguen por pasmados. ¿O es que acaso todo el capital creándose ahora gracias a la minería no puede ser luego reinvertido en otros sectores? De hecho, la mayoría de nuestros grandes grupos mineros hace tiempo usa sus utilidades para crear nuevas empresas.
Por lo demás, respecto a la forma en que un sector de exportación de materias primas grande conduciría a la corrupción, al autoritarismo y a otros signos de tercermundismo, cabe la siguiente pregunta: ¿cómo se explican entonces, por ejemplo, Noruega, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, cuyas exportaciones de recursos naturales representan el 84%, 77% y 44% y 73%, respectivamente, de sus exportaciones totales? Otra cosa, claro, es cuando un gran sector primario-exportador se combina con estatismo y populismo, como en Venezuela. Pero donde hay una economía abierta y libre, un sector primario-exportador fuerte no parece producir maldición alguna y sí más bien una gran oportunidad para muchas bendiciones (como buena educación, infraestructura, seguridad, etc.). Con lo que la única mala noticia son todas las fuerzas que impiden que podamos agrandar y aprovechar al máximo la oportunidad.